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¡¡ ¿¿ PERO, SABEMOS LUS PROLETs/MULTIPOPULAREs, LUKY, HAY KE HACER, EN ESTAS SALVAJES COYUNTURAS,...¡¡. 11/21/21//,...¡¡¡???¡¡¡.
DOMINGO, 28 DE NOVIEMBRE DE 2021 >> [[[ ",...A.- ) >> *** NUEVA CULTURA PROLETARIA UNIVERSAL...>> NUEVO MOVIMIENTO PROLETs/M-POPULAR.
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>>>S.O.S. ¿¿ pero entonces y ahora qué hacemos en esta guerra civil mundial, que teoriza er lukymá./G.P. DE MÁ.-2.000-/ >>> --- de luz cojones,...¡¡¡??? ]]].
¡¡ POR UN NUEVO MOVIMIENTO PROLETS-CULTURAL UNIVERSAL--SIGLO XXI-XXII,...ETC,...POR LA DEFENSA DE LA HUMANIDAD, Y DEL PLANETA TERRIKOLAKUARIENCES,...¡¡¡.
¡¡ QUIÉNES COÑUOS-COJONES-AGUEVAOS, ANALIZA LA SITUACIÓN DE LA LUCHA DE CLASES MUNDIAL Y LA CUESTIÓN GEOESTRATÉGICA,...DÓNDE LXS DOCTXS SEUDOCOMUNISTAS RETRÓGRADOS CONCHABAOS ANDAN,...¡¡¡ ??????¡¡¡¡.
NOTA : ESTA FRASE, A CONTINUACIÓN,... ES SIMILAR, A LA NOS REFERÍAMOS,...CUANDO DECÍAMOS QUE UN GRAN ARISTOCRATICO FINANCIERO RUSO, DE QUE LOS BOLCHEVIQUES NOS HARÁN LA REVOLUCIÓN BURGUESA¡¡,... QUE NECESITAMOS,...¡¡¡¡. ¡¡ Y DICIMUS,... "" KOMO ES LA VIDA CHABALOTXS,...¡¡¡. Y A LA VEZ DICIMUS,... : " TOESTO, ESTE ESFUERZO NUESTRO,...ES PAPEL MOJADO,...ES TIEMPO Y ESFUERZO MUERTO, NO ES ÚTIL SOCIALMENTE EN LA ACTUALIDAD,... Y ENTONCES,...¡¡¡¡ Y YAK,...PAKÉT,....NUS ESFORZAMUS,... ¿¿ SERÁ MILITANCIA Y CONSTANCIA,... U NECESIDAD INTELECTA-MILITANTE PROLETS-PROLETS,...ETC,...,+ ETC,...¡¡¡¡.
*** HOY, EL INTELECTO BURGUÉS ES MÁS POTENTE QUEL-INTELECTO PROLETS-COMUNISTA-M.L.-M.,...ETC,...ETC,...¡¡¡. ISIS-IS-LUK-Y--- HAY,...AY-AHÍ,...Y DUELE BASTANTE,...UNIVERs,...¡¡¡.
Bob Avakian sobre la dictadura del proletariado y la emancipación de la humanidad. - Bing // :
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HEGEMONÍA DEL PROLETARIADO. LA HEGEMONÍA DEL PROLETARIADO ES
El problema de la dictadura del proletariado era la clave del marxismo-leninismo (aquello por lo cual, entre otras cosas, lo diferenciaba del panfilismo anarquista y del parlamentarismo socialdemócrata). Pero, ¿quién era el sujeto de esta dictadura? ¿Eran los obreros? No, como su nombre indica era el proletariado. ¿Y qué se suponía que era el proletariado? La vanguardia revolucionaria, esto es, los revolucionarios profesionales del Partido que han tomado el poder al hacer del marxismo su instrumento de lucha e incluso su estilo de vida al estar dedicados a tiempo completo en cuerpo y alma a la Causa.
Por tanto la dictadura del proletariado no era el gobierno de los obreros, como tampoco la democracia es el gobierno del pueblo (o la religión la relación del hombre con Dios). El gobierno de los obreros es una concepción tan metafísica como el gobierno del pueblo o la relación del hombre con un ser que ni existe ni puede existir (y si existiera sería imposible toda relación al ser infinito y el hombre un ser finito). Para que la dictadura del proletariado sea un concepto positivo y no un vaporoso fantasma debe encarnarse en una élite de intelectuales revolucionarios que dirige el Estado recién conquistado.
El propio Marx reconocía que su más original contribución a la teoría de la lucha de clases era la dictadura del proletariado, y Lenin llegó a decir que ésta era la esencia de la doctrina de Marx, aunque éste se refería a la misma en un contexto histórico muy diferente al del gran revolucionario ruso (sobre todo en los años de la guerra civil de 1918-1920, momento en el que la dictadura del proletariado se consideraba como un poder no limitado por ningún principio jurídico). De hecho Marx confesaba que el alma de su doctrina no estaba en la lucha de clases -de la cual ya habían dado constancia los economistas burgueses- sino en la inexorable tendencia de la sociedad hacia la dictadura del proletariado, como le dijo a Weydemeyer el 5 de marzo de 1852.
Después de lo sucedido en la Comuna de París en 1871 Marx y Engels profundizaron sobre la dictadura del proletariado. «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el período de la transformación revolucionaria de la una en la otra. A éste le corresponde también un período político de transición cuyo Estado no puede ser sino la dictadura revolucionaria del proletariado» (Karl Marx, Crítica del programa de Gotha, Traducción de Gustau Muñoz i Veiga, Gredos, Madrid 2012, pág.670). «Una cosa absolutamente cierta es que nuestro Partido y la clase obrera no puede llegar a la dominación más que bajo la forma de república democrática. Esta última incluso es la forma específica de la dictadura del proletariado, como ya lo ha demostrado la Gran Revolución Francesa» (Friedrich Engels, Crítica del programa de Erfurt, Traducción de R. A., Editorial Ayuso, Madrid 1975, pág.72-73).
A priori Marx planteó la dictadura del proletariado como una dictadura clásica, romana, esto es, como magistratura extraordinaria transitoria: una dictadura comisarial. A posteriori la dictadura del proletariado se interpretó o bien en la forma comunera anarquizante (la de la Comuna de París) o bien en la forma centralizadora jacobina (la bolchevique, es decir, la propiamente revolucionaria, ya que efectivamente hizo la revolución). La primera no llegó a realizarse, por lo tanto no fue auténticamente revolucionaria; aunque en 1891 Engels llegó a decir que «las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!» (Friedrich Engels, «Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia, publicada en 1891», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 95). La segunda, en cambio, sí llegó a realizarse y sus resultados, como es obvio, no fueron los esperados; pues la dictadura del proletariado lejos de extinguir el Estado proletario, tras destruir el Estado burgués, lo fortaleció y por razones necesarias del determinismo histórico lo transformó en un Imperio, que a nuestro juicio -y para escándalo de muchos- se trató de un Imperio generador fundador de ciudades, de industrias y, en una palabra, de civilización (otros dirán «occidentalización»).
La dictadura del proletariado era un sistema de violencia organizada contra la burguesía y los restos del Antiguo Régimen, lo cual implicaba el Terror rojo y el «saqueo contra los saqueadores». La resistencia de los terratenientes ante la alianza del proletariado y el campesinado pobre impone necesariamente, si se quiere perseverar en el ser, la implantación de la dictadura, pues sin ésta no hay forma de aplastar y rechazar los intentos contrarrevolucionarios. Por ello «la revolución avanza por el hecho de que crea una contrarrevolución fuerte y unida, es decir, obliga al enemigo a recurrir a medios de defensa cada vez más extremos y elaborar, por lo mismo, medios de ataques cada vez más potentes» (Vladimir Lenin, «Las enseñanzas de la insurrección de Moscú», Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976, pág. 12). Y ya desde los tiempos de la vieja Iskra había señalado que «el exterminio implacable de los jefes civiles y militares es nuestro deber en tiempo de insurrección» (Ibid., 17). «Las masas deben saber que se lanzan a una lucha armada, sangrienta, sin cuartel. El desprecio a la muerte debe difundirse entre las masas y asegurar la victoria. La ofensiva contra el enemigo debe ser lo más enérgica posible; ofensiva y no defensiva: ésta debe ser la consigna de las masas; exterminio implacable del enemigo: tal será su tarea; la organización del combate se hará móvil y ágil; los elementos vacilantes del ejército serán arrastrados a la lucha activa. El partido del proletariado consciente debe cumplir su deber en esta gran lucha» (Ibid., 21-22).
De modo que la dictadura del proletariado se suponía como la elevación de la clase obrera a clase dominante, y su objetivo consistía en reprimir a la burguesía para arrancarle gradualmente el capital y centralizar las fuerzas productivas. Es decir, en la lucha de clases y la consecuente dictadura del proletariado, guerra civil mediante, se hace inevitable «un Estado democrático de una manera nueva (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva (contra la burguesía)» (Vladimir Lenin, El Estado y la revolución, Traducción cedida por Editorial Ariel S.A, Planeta-Agostini, Barcelona 1993, pág.53).
En la dictadura del proletariado los obreros dan al Estado una forma revolucionaria y transitoria en la que tratan de vencer a la resistencia de la burguesía, de inspirar terror a los reaccionarios, de mantener la autoridad del pueblo armado contra la burguesía y los restos de la aristocracia. «Se puede derrotar de golpe a los explotadores, por medio de una insurrección victoriosa en el centro o de una rebelión de tropas. Pero, descontados casos muy raros y excepcionales. No se puede expropiar de golpe a todos los terratenientes y capitalistas de un país de alguna extensión. Además, la expropiación por sí sola, como acto político y jurídico, no decide, ni mucho menos, la cuestión, porque es necesario desplazar de hecho a terratenientes y capitalistas, reemplazarlos de hecho por una nueva dirección en fábricas y propiedades, por una dirección obrera. No puede haber igualdad entre los explotadores, a los que han distinguido, durante largas generaciones, la instrucción, la riqueza y los hábitos adquiridos, y los explotados, cuya masa, incluso en las repúblicas burguesas más avanzadas y democráticas, es embrutecida, inculta, ignorante, atemorizada y falta de cohesión. Durante mucho tiempo después de la revolución, los explotadores siguen conservando de hecho inevitablemente una serie de enormes ventajas: conservan el dinero (no es posible suprimir el dinero de golpe), algunos que otros bienes muebles, con frecuencia valiosos; conversan las relaciones, los hábitos de organización y administración, el conocimiento de todos los “secretos” (costumbres, procedimientos, medios, posibilidades) de la administración, conservan una instrucción más elevada, su intimidad con el alto personal técnico (que vive y piensa en burgués), conservan (y esto es muy importante) una experiencia infinitamente superior en lo que respecta al arte militar, etc. Si los explotadores son derrotados solamente en un país -y este es, naturalmente, el caso típico, pues la revolución simultánea en una serie de países constituye una rara excepción- seguirán siendo, no obstante, más fuertesque los explotados, porque sus relaciones internacionales son poderosas. Además, una parte de los explotados, o de las masas menos desarrolladas de campesinos medios, artesanos, etc., sigue y puede seguir a los explotadores. Es un hecho probado hasta ahora por todas las revoluciones, incluso por la Comuna (porque entre las fuerzas de Versalles había también proletarios, cosa que “ha olvidado” el doctísimo Kaustsky)» (Vladimir Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976, pág.40-41).
En su respuesta a Kautsky escribía Trotsky en Terrorismo y comunismo: «Del mismo modo que una lámpara, antes de apagarse, brilla intensamente, el estado, antes de desaparecer, asume como dictadura del proletariado su forma más rigurosa, que abarca con su autoridad todos los aspectos de la vida de los ciudadanos» (citado por David Priestland,Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo, Traducción de Juanmari Madariaga, Crítica, Barcelona 2010, pág. 110).Sin dictadura del proletariado -decía Trotski- se está cavando la tumba del socialismo. Lo que quería decir que sin represión a la burguesía y a los restos de aristocracia es imposible el comunismo. De ahí que Lenin dijese que un buen comunista es un buen chequista.
Lenin hablaba del viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria; o, mejor dicho, del paso revolucionario de la dictadura burguesa a la dictadura proletaria, esto es, del cambio violento del poder de la clase opresora a la clase oprimida (aunque realmente el que toma el poder no son los obreros sino la vanguardia revolucionaria: el Partido). De ahí que la doctrina de la dictadura del proletariado se plantease como«el problema principal de toda lucha de clase proletaria» (Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, pág. 13), pues, la lucha de clases no desaparece sino que adopta formas diferentes.
En la sesión del 4 de marzo de 1919 del Primer Congreso de la Tercera Internacional, la internacional comunista que fundó el propio Lenin contra la socialdemocracia «socialchovinista», llegaría a decir: «Lo que tiene de común la dictadura del proletariado con la dictadura de las otras clases es que está motivada, como toda otra dictadura, por la necesidad de aplastar por la fuerza la resistencia de la clase que pierde la dominación política. La diferencia radical entre la dictadura del proletariado y la dictadura de las otras clases -la dictadura de los terratenientes en la Edad Media, la dictadura de la burguesía en todos los países capitalistas civilizados- consiste en que la dictadura de los terratenientes y la burguesía ha sido el aplastamiento por la violencia de la resistencia ofrecida por la inmensa mayoría de la población, concretamente por los trabajadores. La dictadura del proletariado, por el contrario, es el aplastamiento por la violencia de la resistencia que ofrecen los explotadores, es decir, la minoría ínfima de la población, los terratenientes y los capitalistas» (Vladimir Lenin, «Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado», Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976, pág.97-98).
El 27 de mayo de 1919, en «Un saludo a los obreros húngaros», escribía que «La abolición de las clases es obra de una larga, difícil y tenaz lucha de clasesque no desaparece (como se lo imaginan los vulgares personajes del viejo socialismo y de la vieja socialdemocracia) después del derrocamiento del poder del capital, después de la destrucción del Estado burgués, después de la implantación de la dictadura del proletariado, sino que se limita a cambiar de forma, haciéndose en muchos aspectos más encarnizada todavía» (Vladimir Lenin, Acerca del aparato estatal soviético, Traducción al español Editorial Progreso, Editorial Progreso, Moscú 1980, págs.199-200). Y «quien concibe la transición del socialismo sin el aplastamiento de la burguesía no es socialista» (Lenin, 1980e: 189). Porque -como explicaba el 21 de abril de 1921- «en los países que viven una crisis inaudita, una desintegración de las viejas relaciones, una exacerbación de la lucha entre las clases después de la guerra imperialista de 1914-1918 -tal es el caso en todos los países del mundo-, no se puede pasar sin el terror, a despecho de los hipócritas y charlatanes. O terror blanco burgués, al estilo norteamericano, inglés (Irlanda), italiano (fascista), alemán, húngaro y otros, o terror rojo, proletario. No hay término medio, “tercer” camino no lo hay ni puede haberlo» (Ibid.).
Y en 1920, con el triunfo de la guerra civil, escribía: «La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se halla decuplada por su derrocamiento (aunque no sea más que en un solo país) y cuya potencia consiste, no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la solidez de las relaciones internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción… la dictadura del proletariado es necesaria, y la victoria sobre la burguesía es imposible sin una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte, una lucha que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única» (Vladimir Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/LWC20s.html, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín 1975, págs.5-6). «La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de hombres, es la fuerza más terrible. Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado dentro de la clase, sin un partido que sepa pulsar el estado de espíritu de las masas e influir sobre él, es imposible llevar a cabo con éxito esta lucha. Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada, que “vencer” a millones y millones de pequeños patronos, estos últimos, con su actividad corruptora invisible, inaprehensible, de todos los días, producen los mismos resultados que la burguesía necesita, que determinan la restauración de la misma. El que debilita, por poco que sea, la disciplina férrea del partido del proletariado (sobre todo en la época de su dictadura) ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado» (Ibid.).
OTRA LITERATURA DE ,...... : Daniel Miguel López Rodríguez, Anti-Escohotado: crítica de la crítica acrítica, El Catoblepas 182:1, 2018 (nodulo.org) // :
El Catoblepas · número 182 · invierno 2018 · página 1
Anti-Escohotado: crítica de la crítica acrítica
DANIEL MIGUEL LÓPEZ RODRÍGUEZ
Crítica a Los enemigos del comercio y a otras consideraciones negrolegendarias de Antonio Escohotado
1. Nuestro autor y su obra
Antonio Escohotado es un filósofo español nacido en Madrid el 5 de julio de 1941. Sus más allegados le llaman «Escota» o «Escohota», y su nombre completo es de lo más filosófico: Antonio Escohotado Espinosa. Nosotros simplemente le llamaremos Escohotado o Don Antonio.
Nuestro filósofo ha tenido reconocida fama por su voluminosa Historia general de las drogas, cuya última edición es del año 2008. Aunque al publicar los tres volúmenes de Los enemigos del comercio (Espasa, Barcelona 2008, 2013 y 2017) el autor reconoce que ésta es la obra de su vida.
Según reconoce él mismo, su mayor influencia filosófica es Hegel, y unas de sus obras de referencia son las Lecciones de la filosofía de la historia universal. Y sin Hegel –habría que advertirle a nuestro filósofo– no se explican ni el comunismo, ni el fascismo ni el nazismo; como tampoco la fenomenología o el existencialismo, entre otras muchas cosas. ¿Quién duda de la influencia de Hegel?
En una entrevista a elconfidencial.com Escohotado le responde al periodista Daniel Arjona una respuesta que jamás puede ser respondida por un filósofo, y es la siguiente: «No soy antinada»{1}. Pensar es pensar contra alguien o contra algo y el espíritu de partido es insoslayable. Un filósofo, desde luego, no puede ser «antitodo», pero sí «anti-todo lo que sea triturable», y por eso es «anti-muchas cosas». De momento sabemos que el filósofo Antonio Escohotado no es «antinada» porque, al menos, es «anti-enemigos del comercio» y a éstos los identifica como «comunistas», en un sentido muy amplio, es decir, no sólo restringido al marxismo o al marxismo-leninismo de la Unión Soviética en particular. No hay duda de que Don Antonio es anticomunista.
Para Escohotado el comunismo empieza en el siglo I con lo que denomina «pobrismo», que identifica con el ebionismo de la secta judía qumranita de los esenios y también con los primeros cristianos (tendencia que, según nuestro autor, continuó en el cristianismo hasta los tiempos de la Reforma y la Contrarreforma). Aunque también en la antigua Grecia, sobre todo en la obra de Platón, hay comunismo.
Escohotado titula su obra Los enemigos del comercio, pero –como ha señalado Jesús Maestro{2}– la obra se podría titular Contra los enemigos del comercio, ya que es una declaración de guerra a los enemigos del comercio, y explícitamente –sostiene Maestro– «es una apología de los amigos del comercio», porque «el autor toma partido a favor de los amigos del comercio y contra los enemigos del comercio». Es decir, Escohotado no es «antinada» sino enemigo de los enemigos del comercio (otra cosa es si eso de ser «enemigo del comercio» tiene sentido, porque ninguna sociedad política puede funcionar al margen del comercio, y por lo tanto éste no se puede erradicar).
«Los amigos del comercio son amistades peligrosas», sentencia Maestro. «¿En nombre del comercio todo está permitido? Todo lo que no es comercio es malo. Todo lo que es comercio es bueno. Y esto es de un simplismo que ni tú mismo [Escohotado] puedes aceptar. Un hombre de tu inteligencia no puede aceptar este reduccionismo; porque este reduccionismo nos convoca, nos sitúa, ante un monismo axiomático, el monismo axiomático de la sustancia: todo es comercio, y lo que no es comercio es malo; y tu libro está apuntando hacia esa tesis… En el mundo hay algo más que lo que tu Idea de comercio ignora».
En las cerca de dos mil páginas de los tres volúmenes de Los enemigos del comercio no hay ni una sola referencia, ni una sola palabra, al tráfico de seres humanos (de esclavos) de los «amigos del comercio» (británicos, estadounidenses, portugueses, holandeses y también musulmanes). Luego esto se oculta, y sin embargo –como aquí vamos a demostrar– se exageran las atrocidades de los comunistas. He aquí lo que desde el materialismo filosófico, siguiendo a Julián Juderías, llamamos metodología negrolegendaria: el autor exagera lo que le interesa y omite lo que no le interesa. Un método que no consiste precisamente en el juego limpio y en la honestidad intelectual; virtudes que en otros aspectos de la obra de Don Antonio no negamos, como tampoco lo negamos en su persona.
A mi juicio, esa inquina de Don Antonio contra el comunismo (y, para más inri, «a toro pasado») le bloquea el entendimiento para interpretar objetivamente los entresijos históricos y filosóficos del problema (lo cual no tiene por qué implicar neutralidad sino que puede implicar, y así debe ser, toma de partido desde una determinada filosofía, a ser posible implantada políticamente, frente a toda pretensión de implantación gnóstica que meramente es fenomenológica y por ello una apariencia falaz e incluso la falsedad por antonomasia).
El marxismo es para Escohotado –como leemos en el tercer volumen– «una religión política prolongada como gobierno totalitario» (pág. 31). Pero ni es una religión (en todo caso es una contrarreligión que se enfrentaba a las religiones terciarias) ni es totalitario, porque el Estado (en este caso el gobierno) totalitario es una paraidea, tan imposible como el monismo en ontología general; si nos situamos desde una ontología materialista discontinuista que tiene en cuenta el principio de symploké (ni todo está desconectado con todo, ni todo está conectado con todo; ni existe nada absolutamente aislado, ni nada está absolutamente conectado o interrelacionado a todo lo demás) y la Materia ontológico-general (el mundo Mi no es suficiente y por tanto no agota la realidad).
Si bien Don Antonio no le concede ni una a Marx, ni tampoco a Lenin ni a Stalin, podemos notar bajo su prosa cierta simpatía por Bakunin y también por Trotski, y también hay guiños psicológicos hacia la figura de Engels. E incluso por Bernstein. De hecho, sobre éste, al dar una conferencia en la reunión anual de la Sociedad Mont Pelerin, al parecer el foro liberal más famoso del mundo, fundado por el mismísimo Friedrich Hayek en los años cuarenta, Escohotado arremetió contra «el dogma liberal» y sostuvo que «la forma moderna del liberalismo es el socialismo democrático», que es la evolución natural del liberalismo. De modo que para Escohotado el verdadero socialismo y el socialismo verdadero es el socialismo democrático (la socialdemocracia) y el comunismo no es socialismo sino –como dice en la entrevista con Federico Jiménez Losantos, que nos dispondremos a analizar– «una conjura contra el sentido común» y «una conjura contra la eficiencia y contra el Género Humano». Y eso que los comunistas venían a emancipar al Género Humano, que si no...
En esta reseña crítica nos limitaremos a poner los puntos sobre las íes sobre algunas cuestiones que consideramos negrolegendarias del tomo 3 de Los enemigos del comercio y a otras consideraciones del señor Don Antonio Escohotado Espinosa. Veámoslo.
2. Treinta millones de muertos por hambre, frío y calor
En la página 111 sostiene Escohotado una de sus tesis más polémicas y originales (no conozco a ningún otro historiador, de más o menos relevancia, que sostenga semejante tesis). Escohotado afirma que desde 1920 hasta 1926 la población rusa pasa de 170 millones a 131.304.931. «Pierde, por tanto, diez veces más habitantes que entre 1914 y 1920». Escohotado se basa en una filtración desde Rusia al periódico británico Times el día 21 de noviembre de 1927, sin citar la fuente de ese dato y sin informar quién fue el que filtró la estadística al diario británico. Así lo comenta en una simple nota a pie de página de la misma página: «Archivado como material secreto por el propio régimen, una filtración permitirá al Times (21/11/1927) publicar sus datos».
Y añade a pie de página: «En cualquier caso, tras crecer un 20% en los primeros quince años del siglo XX, la población de la URSS retrocede al menos otro tanto en los cinco comprendidos entre 1919 y 1924». Este dato lo toma de Alexander Nove de su obra An Economic History of the U.S.S.R, Londres 1969. Nove es un historiador ruso que emigró al Reino Unido, y desde luego era anticomunista y antisoviético.
Otras fuentes, señala Escohotado, como el historiador negrolegendario, discípulo de Robert Conquest, Robert Service, o la página web tacitus.nu/historical-atlas, se inclinan por la cifra de 146 millones. Aunque al consultar dicha web{3} la cifra que puede leerse no es la de 146 millones sino la de 147 y, según la misma web, en 1917 la población rusa era de 184,6 millones, con lo cual la página supone que en nueve años Rusia, transformada en la URSS, ha perdido 37,6 millones de habitantes. Aunque los datos de la página son más que discutibles, porque en 1931 da la cifra de 161 millones, y en 1939 de 170,5 millones. Pero la de 1940, sólo un año después, es de 191,7. Es decir, de 1931 a 1939, en ocho años, hay un ascenso de 9,5 millones; pero de 1939 a 1940, en solo un año, se produce el asombroso ascenso de 21,2 millones de habitantes. Pero el dato coincide con el que ofrece Wikipedia{4} en el artículo «Demografía de Rusia». Ahora bien, el que no coincide con Wikipedia (página muy consultada por Escohotado en su trilogía, aunque abunda más en la Wikipedia escrita y pensada en inglés) son los datos de 1917 a 1926: pues de 1917 ofrece la cifra de 132 millones de habitantes y de 1926 la de 148 millones. Es decir, según Wikipedia, la población soviética asciende de 1917 a 1926 a 16 millones de habitantes. Y el lector podrá comprobar que, de afirmar que entre 1917 y 1926 hubo un descenso de 37,6 millones de habitantes, a afirmar que hubo un ascenso de 16 millones de habitantes hay una notable diferencia. Escohotado cita en la nota a pie de página 85 de la página 112 el artículo en inglés de Wikipedia «Demographics of Russia»{5}. Pero este artículo se restringe a Rusia y Escohotado lo cita refiriéndose a tiempos más recientes, cuando «el país ha ido perdiendo unas 800.000 personas al año, y en 2005 la ONU advirtió que si la tendencia se mantuviese podría tener en 2050 un tercio menos de población». Escohotado tiene al menos la delicadeza de no culpar de tal descenso ni a Lenin ni a Stalin, o tal vez sí, nunca se sabe hasta dónde puede llegar su anticomunismo visceral, aunque él afirme a la prensa que no es «antinada».
En El siglo soviético el historiador lituano Moshe Lewin, aun leninista pero tan antiestalinista como Escohotado, cita los censos de 1926 (147 millones, coincidiendo con Tacitus.nu) y 1939 (170,6 millones, una décima más de la cifra dada por Tacitus.nu). Pero comenta: «A estas cifras significativas se llegó de un modo más bien mecánico y no dan cuenta de las variaciones drásticas en términos de población que se produjeron en aquellos años. La cúpula mandó hacer un censo en 1937 pero, después de que el recuento no llegara a la cifra esperada (162 millones), se acusó a sus autores de haber distorsionado una realidad supuestamente mucho más esplendorosa. Aunque la población había disminuido, se ordenó hacer un nuevo censo, cuyo resultado estaba prácticamente fijado de antemano. Aun así, fue toda una proeza que los supervivientes lograran dar una cifra de 167.305.749 soviéticos, ni uno más, ni uno menos. Cuando se volvió a este censo en 1992, los expertos coincidieron en fijar una cifra algo superior, 168.870.700, a la que se llegó por medio de correcciones estadísticas y adiciones menores. Según ellos, las cifras originales no estaban distorsionadas, pero contenían una discrepancia perfectamente aceptable en la preparación de censos. Dado que la cúpula tenía mucho que ocultar para eludir así la responsabilidad por la disminución de población provocada por la “deskulakización” (raskulachivanie), la hambruna de 1932-1933 y las purgas, es digno de encomio que los demógrafos de la época pudieran convencer al Kremlin de que una falsificación tan flagrante habría sido mucho más comprometedora que la verdad» (Lewin, 2005: 73).
Lo que no tiene en cuenta Escohotado, o al menos no lo comenta en su tercer volumen, es un pequeño detalle que quizá no sea tan pequeño. Según recoge de Tacitus.nu, si en 1917 había en Rusia la cifra de 184,6 millones de habitantes y en 1926 la de 147 millones (aunque Escohotado apunta la cifra de 146), entonces Rusia perdió, como hemos dicho, 37,6 millones de habitantes, es decir, un quinto de su población. Se suele decir que Rusia en su trasformación como Unión Soviética perdió un tercio de su población (aunque, según estos datos, nos sale un quinto y no un tercio). Ahora bien, las causas de tal declive no hay que situarlas en la capa basal y en la gestión que se llevó a cabo en la capa conjuntiva del gobierno bolchevique durante la guerra civil, que por supuesto tuvo su repercusión (como también la tuvieron los ejércitos blancos, negros, verdes y extranjeros), sino más bien en la capa cortical. Y he aquí, que es lo que venía diciendo, que el señor Escohotado no tiene en cuenta un hecho histórico y diplomático de suma relevancia: el tratado que la Alemania del Káiser y la Rusia bolchevique firmaron en la ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918. Allí Rusia entregó el 34% de la población (56 millones de personas); además del 32% de las tierras de cultivo, el 54% de las empresas industriales, el 73% de la producción mineral de hierro y el 89% de las minas de carbón. Y, aunque el tratado se abolió en noviembre al perder Alemania la Gran Guerra, Rusia no recuperó los países Bálticos, y ni mucho menos Finlandia y Polonia, contra la que perdió la guerra en 1920. Sólo pudo recuperar buena parte de Ucrania en la misma guerra contra Polonia y, en 1922, Georgia (por lo que Stalin se ganó la acusación de Lenin de «chovinista gran-ruso»).
Ya es sospechoso que Escohotado ofrezca una cifra exacta, con lo difíciles que son estos cálculos, sin ni siquiera dar una referencia bibliográfica, salvo la supuesta filtración de archivos de material secreto del régimen soviético al periódico británico Times. Esa cifra –la de 131.304.931 de habitantes en 1926– contrasta con la de Tacitus.nu, como reconoce el propio Escohotado, aunque la web da la cifra de 147 millones, no 146 como apunta Escohotado, y también Robert Service habla de «ciento cuarenta y siete millones» (Service, 2004: 241), refiriéndose no a 1926 sino a 1925, dato que el historiador británico toma de Chetirnadtsatyi siezd Vsesoiuznoi Kommunistichekoi Partii (b).
Pero hete aquí que la cifra de 131 millones (en rigor 132 millones) es la que ofrece Wikipedia refiriéndose al año 1917, el año de la revolución. Según Escohotado, Rusia pierde diez veces más habitantes que entre 1914 y 1920; pero, según Wikipedia en «Demografía de Rusia», desde 1914 a 1917 el país pierde, a causa de la Primera Guerra Mundial, 43 millones de habitantes, lo cual parece tremendamente exagerado; y –como hemos dicho– según este artículo de la Wikipedia, desde 1917 a 1926 gana 16 millones de habitantes (lo cual también es asombroso porque es cierto que Rusia perdió mucha población tras el Tratado de Brest-Litovsk). Luego Escohotado y Wikipedia son diametralmente opuestos en este sentido. De hecho la diferencia es abismal, como también lo son los datos de Wikipedia y Tacitus.nu, como ya hemos apuntado.
Para Escohotado en Rusia pasó lo que no ha pasado en ningún otro país, y es haber perdido una cuarta parte de su población en menos de un lustro» (pág. 139). En rigor perdió más aún, un tercio, pues tras Brest-Litovsk, aunque el tratado se abolió ocho meses después de ser firmado, no pudo recuperar los países Bálticos, Finlandia y Polonia, y con la recuperación de Ucrania quizá sí sea posible que perdió un cuarto, pero no por hambruna sino por perder parte de su capa basal en los encontronazos con su entorno cortical (aunque, evidentemente, la notable pérdida de los recursos basales dificultaría mucho las cosas).
En la página 114 Escohotado cita a Victor Serge, coordinador general de la Komintern: «Se impone un alto […] Tras el flujo y reflujo de la guerra civil, un verano tórrido ha quemado las llanuras del Volga. Treinta millones de campesinos –entre ellos cinco millones de niños– morirán lentamente de hambre si no se cumple algún esfuerzo colosal para salvarlos». Y aparte de dicho esfuerzo, como es bien sabido, contribuyó la American Relief Administration y otras instituciones filantrópicas occidentales que durante 1922 distribuyen sopa y medicina a 14 millones de hambrientos. Pero, en la misma página, afirma Escohotado: «aunque su auxilio no deja de llegar tarde, cuando 1920 y sobre todo 1921 se han cobrado ya lo previsto por Serge».
Y en la página siguiente pone como testigo de semejante tragedia al novelista H. G. Wells, que al volver de su visita a la Rusia soviética estaba convencido de que allí se estaba llevando a cabo «la mayor debacle conocida por el género humano». Sin embargo, en una entrevista con Stalin en 1934, Wells le dijo al Vozhd: «Aún no puedo apreciar, cuánto ha sido logrado en su país. Pero he visto ya las caras contentas de hombres y mujeres sanos, y sé que algo muy significativo se está realizando aquí. La diferencia, en comparación con 1920, es asombrosa»{6}. Esta cita no le ha interesado al señor Escohotado, porque precisamente no refuerza su argumentación de que el estalinismo fue atroz y decadente y sólo hubo terror, genocidio y miseria.
En la página 121 afirma que desde principios de 1920 en Rusia mueren al día 10.000 personas, pero lo hace sin citar la referencia de donde toma el dato. Y en la página 128 concluye que entre 1918 y 1921 mueren de hambre, frío y calor –es decir, por intemperie– «unos treinta millones de personas». Pero si en 1920 morían al día 10.000 personas (y, aunque no lo diga, da la sensación que Escohotado utiliza el dato como el momento álgido de las muertes) eso significa que aquel año pudieron morir 3.650.000. Y si se trataba del momento con más muerte difícilmente se puede llegar a los 30 millones en tres años, pues harían falta 8 o 9 años y Escohotado sostiene que fue sólo en tres años. No nos salen las cuentas (aunque al que no le salen es a Don Antonio).
Y sin embargo, en la página 190 afirma nuestro autor: «Durante esos primeros tres años sucumbieron de hambre y frío veinte o treinta millones de rusos». Ahora resulta que lo mismo no fueron treinta millones, sino veinte. Parece que Escohotado recula, o se modera. Desde luego que nunca hay estadísticas sobre muertos sin regateo o sin subasta.
Las causas de tal tragedia, piensa Escohotado, estuvieron en «el error de cálculo aparejado al sistema de requisa, que “impidió el desarrollo de las fuerzas productivas”». Es decir, las causas de tantos millones de muertos, sostiene nuestro autor, se debían al llamado «comunismo de guerra». Al parecer, los ejércitos blancos, verdes, negros y extranjeros no tenían nada que ver con el asunto, al no involucrarlos Escohotado en el mismo. Todas esas muertes, según Don Antonio, fueron por culpa de los bolcheviques y su comunismo de guerra.
¡Impresionante: demostrar semejante crimen con tan pocas pruebas! Pero –parafraseando a Platón en el Teeteto– las opiniones del señor Escohotado no valen nada si no van vinculadas a sus fundamentos. Con tan pocas pruebas no se puede demostrar que en la Rusia soviética murieron en tres años 30 millones de personas a causa del hambre, del frío y del calor. Nadie es tan brillante. El señor Escohotado nos tendrá que ofrecer algo más que lo que nos ofrece en su tercer volumen para convencernos. Tal y como lo plantea Escohotado, parece una patraña; y la apariencia pinta más hacia una apariencia veraz que hacia una apariencia falaz, porque verdaderamente es una patraña.
En una entrevista que puede verse por YouTube bajo el título «El odio de Karl Marx por dejar morir a sus 3 hijos»{7}, nuestro autor afirma que en la guerra civil, a causa de los combates, murieron millón y medio de soldados. Escohotado cita la página web de Matthew White (necrometrics.com) en la página 172, pero no cita su obra de 954 páginas bajo el tremendo título de El libro negro de la humanidad. Allí nuestro filósofo podría haber leído que el número de soldados muertos no corresponde a la cifra de millón y medio sino un millón exacto (pero esta es una de las exageraciones más moderadas de Don Antonio). White deja el total de muertos en la guerra civil (que sitúa entre los años 1918-1920) en 9 millones: un millón de soldados, dos millones por enfermedades y, para el caso que más nos interesa, «cinco millones de muertos a causa de la hambruna» (White, 2012: 505). Si a estos cinco millones les sumamos, siendo generosos, las 10.000 muertes diarias que Escohotado sostiene que se producían en 1921, el resultado sería de 8.650.000, una cifra algo inferior a los 30 millones que nos quiere colar Escohotado.
En la misma entrevista pregunta sobre los supuesto 30 millones de muertos por hambre y frío: «¿A que no se lo han enseñado en los colegios?». A lo que le respondemos: no, porque eso sólo lo dice usted, Don Antonio. Y añade enseguida: «Yo se lo enseñaré y le daré la base para poder tener esa certeza». Esa base, como hemos visto, brilla por su ausencia en Los enemigos del comercio, así como su certeza. «Solemos preferir la irrealidad a la realidad», añade Escohotado. Desde luego que ese es su caso. Y como los 30 millones de muertos por hambre y frío entre 1918 y 1921 son una irrealidad, y desde luego si fue real el señor Escohotado no lo demuestra porque tampoco tiene datos suficientes que contribuyan a una demostración, entonces nos lo podemos tomar a cachondeo y decir que si esos sujetos hubiesen comido y se hubiesen arropado o refrescado entonces no se hubiesen matado.
Ahora bien, bromas aparte, como hemos dicho, sí hubo hambre y muertos de hambre (y de frío y calor); pero no la cantidad descabellada de 30 millones de muertos. Y las causas del hambre no hay que cargarlas exclusivamente a la responsabilidad de los bolcheviques, porque –como hemos señalado– también funcionaban por entonces los ejércitos blancos, verdes, negros y extranjeros. Y el enfrentamiento de tales ejércitos creó unas circunstancias tremendamente dificultosas para la gestión de cualquier gobierno, pues se trataba del «Segundo período de desórdenes»{8}, como decía Nicolas Werth, precisamente uno de los autores de El libro negro del comunismo.
Escohotado afirma que la NEP acaba con la inanición. Pero, más que la NEP, lo que hizo que menguase el hambre fue el fin de la guerra civil; la cual prácticamente fue una guerra empalmada con la guerra mundial. Luego las causas del hambre (que desde luego la hubo, pero no hace falta exagerar sus cifras mortuorias) estuvieron en los seis años largos de guerra, y eso atrae al hambre, sea con una economía más intervenida o menos intervenida; aunque en la guerra la economía está más intervenida que nunca, de hecho se hablaba en la Alemania del Káiser de «capitalismo de Estado», tal y como quería plantear Lenin la «tregua» de la NEP.
Así pues, resumiendo, sobre estos 30 millones de muertos por hambre, frío y calor no hay relatos ni documentos fidedignos que respalden la realidad de este crimen, y desde luego tampoco hay reliquias. Por tanto no se puede decir que el dato de 30 millones de muertos que defiende Don Antonio sea un dato histórico, pues la historia se define y construye desde el presente en marcha a raíz de reliquias y relatos. (Véase Bueno, 1978).
Pero parece que Don Antonio no tiene suficiente con multiplicar los muertos de la era de Lenin y tiene que arremeter contra Marx, el cual, según dice en la citada entrevista de YouTube, «prefirió perder a varios hijos de frío y desnutrición a emplearse [en la academia de lengua que tenía a dos cuadras su amigo Wolff]». Otra vez el hambre y el frío que los malvados comunistas fomentan, aunque sea contra sus propios hijos.
Pero resulta que Marx era amante de los niños, como señalaba su hija Eleonor: «A menudo le oí decir: “A pesar de todo, al cristianismo le podemos perdonar muchas cosas, pues ha enseñado a amar a los niños». Y añade: «El propio Marx hubiera podido decir: “¡Dejad que los pequeños vengan a mí!”, pues dondequiera que se encontrara, siempre estaba rodeado de criaturas. Tanto si estaba sentado en Hampstead Heath –una amplia pradera al norte de Londres, cerca de nuestro antiguo hogar– o en alguno de los parques, de inmediato un tropel de niños se congregaban en torno suyo, el hombre de larga cabellera y barba y de bonachones ojos castaños. Niños completamente extraños se acercaban a él en medio de la calle, parándolo, con la misma confianza que los animales» (citado por Enzensberger, 1999: 215).
El testimonio de Eleanor coincide con el de su camarada del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores Friedrich Lessner, el cual escribió en 1892: «En más de una ocasión explicó que lo que más le gustaba del Cristo de la Biblia, era su gran amor hacia los niños. Cuando Marx no tenía nada que hacer en la ciudad y sus paseos le llevaban en la dirección a Hampstead Heath, a menudo se podía ver al autor de El Capital jugando alegremente con la chiquillería de la calle» (citado por Enzensberger, 1999: 231).
Y como le confesó el propio Marx a Engels por correspondencia el 3 de febrero de 1851, Marx se consideraba un «poderoso padre de familia» y «mi matrimonio es más productivo que mi industria» (Marx y Engels, 1968: 36). Y ni que decir tiene lo que lloró Marx por la muerte de tres de sus hijos, como lo haría cualquier padre.
Para rematar la faena en este punto, sería interesante comentar que –contra algo que he dicho y, por tanto, retractándome en eso– resulta que Don Antonio Escohotado Espinosa no es el único autor que ofrece la cifra de 30 millones por hambre y frío en los tiempos de Lenin. Hay otro autor (aunque es cierto que no se trata de un historiador con más o menos relevancia) que ya dio esa cifra ni más ni menos que en 1926, justo un año antes de la filtración al diario Times que Escohotado pone como «prueba» de semejante crimen. Este autor escribió una obra titulada Mein Kampf y su nombre era Adolf Hitler, líder del por entonces no muy importante Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores. Hitler dice así: «el judío [los «judíos bolcheviques» o «bolchevismo judío»], dominado por un salvajismo realmente fanático, hizo perecer de hambre o bajo torturas feroces a treinta millones de personas, con el solo fin de asegurar de este modo a una caterva de judíos, literatos y bandidos de la Bolsa, la hegemonía sobre todo un pueblo» (Hitler, 2003: 198). Luego Escohotado no está solo en esto. «¿A que no se lo han enseñado en los colegios?». No, porque en los colegios no se lee el Mein Kampf.
Sin embargo, el propio Hitler recula, pues el 20 de mayo de 1937, en un discurso a los trabajadores de la construcción en Berchtesgaden, afirmaba: «En los últimos dieciocho años han muerto de hambre en Rusia casi 26 millones de personas» (Hitler, 2003: 280). Es decir, hemos pasado de 30 millones en tres años (si es que Hitler se refiere, como Escohotado, a los años que van de 1918 a 1921) a 26 millones de muertos en dieciocho años (cifra que, por supuesto, está inflada y corresponde a motivaciones propagandísticas, ya se las creyese el Führer o no). Asimismo, en su alocución del 28 de abril de 1939 en el Reichstag, el Führer exagera los crímenes por represión del bando frentepopulista en la Guerra Civil española, estimando que estas «bandas de incendiarios» «tienen más de 715.000 vidas humanas en sus conciencias, sólo por las ejecuciones y asesinato que cometieron»{9}.
3. Otras cifras mal dadas
Dice el señor Escohotado que en la URSS «la estadística es allí un capítulo de la propaganda» (pág. 226). Como si las estadísticas de Robert Conquest, Robert Service, Alexander Nove, o las que ofrece Stéphane Courtois, Nicolas Werth y los demás autores de El libro negro del comunismo, historiadores negrolegendarios que él cita y que en ocasiones da la sensación que cree sus estadísticas a pies juntillas, no fuesen propaganda y en nuestro presente leyenda negra (dado que el comunismo es historia hace más de un cuarto de siglo).
En la página 147 Escohotado sigue a Robert Conquest en «Victims of stalinism: A comment» cuando afirma que entre 1932 y 1946 la policía secreta soviética detuvo «a unos 18.207.000 individuos». La cifra en sí misma es ridícula. El total de detenciones entre 1921 y 1953, detenidos bajo la acusación de «delitos contrarrevolucionarios», pronostican, según las cifras más realistas (esto es, trabajadas con rigor al margen de la propaganda y la demonización negrolegendaria) 4.060.306 de personas, de las cuales 799.455 fueron sentenciadas a ejecución capital, 2.634.397 fueron enviadas a campos, a colonias o a las cárceles convencionales, 423.512 fueron desterradas o deportadas a un asentamiento, y 215.942 pertenecían a la categoría de «otros».
Estos datos los tomamos de Moshe Lewin en las páginas 160-161 y 492 (Apéndice 1) de El siglo soviético (Crítica, Barcelona 2005). Lewin toma como fuente a B. P. Kurashvili, Istoricheskaia Logika Stalinizma (Moscú 1996, págs. 159-160). Aunque las cuentas no le salen bien a Lewin (o lo mismo es problema del editor por erratas o de la propia fuente, Kurashvili), porque entre los ejecutados, los encerrados en campos, colonias y prisioneros, los exiliados y desterrados y los condenados por otras medidas no suman 4.060.306 sino 4.073.306, es decir, 13.000 más. Entre 1934 y 1953 Lewin afirma que 1,6 millones murieron en los campos gulags, incluyendo presos comunes. Y añade: «La mortalidad era algo superior entre los presos políticos; en estos veinte años, murió medio millón. En un período de treinta y tres años, unos cuatro millones de personas fueron condenadas por delitos políticos, y un 20 por 100, fusiladas, la mayoría a partir de 1930». Pero medio millón es un tercio de 1,6; luego tampoco le salen las cuentas de que los presos políticos sufriesen una superior mortalidad; porque, según esos datos, 1,1 millones eran presos no políticos o comunes.
Otras de las referencias que tenía que haber tomado en cuenta el señor Escohotado es la de Viktor Zemskov. Como se ha dicho, Zemskov es «un reputado estudioso de Moscú que se hizo un nombre a raíz de ser el primero en dar unas cifras fiables sobre los campos y las purgas» (Lewin, 2005: 493). El número de personas ejecutadas por motivos políticos (por «contrarrevolucionarios») entre 1921 y 1953 según Viktor Zemskov, se aproxima a una cifra de 700.000. Entre el 1 de enero de 1934 y el 31 de diciembre de 1947 murieron en los gulags 963.766 prisioneros, cifra que incluye a contrarrevolucionarios y presos comunes.
Pese a su antiestalinismo psicologista, Lewin es honesto con las cifras y critica a aquellos que las inflan interesadamente (y si no lo hacen interesadamente entonces, a nuestro juicio, es todavía peor, porque lo hacen ingenuamente). Leemos en la página 162 de El siglo soviético: «Tenemos entre manos, por lo tanto, una cantidad importante de víctimas del terror, un grupo que no es necesario incrementar, manipular o falsificar». De esto podría tomar nota muchos autores que coquetean y juegan morbosamente con las estadísticas, entre ellos el señor Escohotado.
Y afirma Lewin en la página 370: «En enero de 1923, la población de la URSS alcanzó su cota más baja, y se situó entre 6 y 9 millones por debajo de los números de 1914. La combinación de los hechos de 1914 y de 1921 sumió a la población de Rusia en la miseria y provocó unas pérdidas colosales». Evidentemente, tras 6 o 7 años de guerra, pero no una pérdida debida a una hambruna que se llevó por delante 30 millones de muertos. Eso es, sin duda, una exageración de nuestro historiador/filósofo Don Antonio Escohotado.
Lo que pasa es que Escohotado es muy exagerado con las cifras, y eso le pierde. En la nota 36 de la página 428 afirma: «Crosby (1903-1977), que vendió más de mil millones de discos…». Se refiere al cantante y actor estadounidense Bing Crosby. Pero no puede ser, porque, según el «Anexo: Artistas musicales con mayores venta» de Wikipedia{10}, el artista o los artistas musicales que más discos han vendido han sido Los Beatles con 600 o 500 millones de discos. En otra parte leemos que Bing Crosby vendió más de cuatrocientos millones de discos{11}. Hay una diferencia de seiscientos millones entre este dato y el dato que nos ofrece el señor Escohotado.
En la nota 86 de la página 112 Escohotado escribe: «Durante las tres décadas de Stalin la población siguió mermando, por distintas causas, y solo iba a crecer sostenidamente desde mediados de los años cincuenta. Solo en 1926 comprobó Stalin que el país había perdido la cuarta parte del censo en función de “una guerra no sangrienta”, dictada por el destierro del lucro». Pero si las tres décadas de Stalin van de 1926 a 1953 comprobamos que los datos que nos ofrece Escohotado no coinciden con los de Tacitus.nu y Wikipedia (artículo «Demografía de Rusia» en español y también el artículo «Demographics of Russia», aunque éste está restringido a Rusia); ya que ambas fuentes –como ya hemos indicado– nos informan que la población, lejos de mermar, creció y además de modo considerable (y además nosotros sí tenemos en cuenta que Rusia había perdido a los países Bálticos, Finlandia y Polonia, que, como hemos visto, menguó un tercio de la población del Imperio Ruso).
Según Lewin, que sigue al historiador y estadístico ruso Boris Nikolaevich Mironov (Sosial’naia Rossia, San Petersburgo 1999), «En 1927, como sabemos gracias a los datos fidedignos que se publicaron posteriormente, la población ya se había recuperado de los estragos de la primera guerra mundial y de la guerra civil. En las ciudades, la altura media de los reclutas era de 1,676 metros, mientras que en el campo era de 1,675 metros. Su peso medio era de 61,6 kilos y de 61,9 kilos, respectivamente. Por lo tanto, el índice de masa corporal, es decir, la relación entre el peso y la altura, era de 22 y de 22,54, una prueba de lo que Mironov califica como un “buen bioestatus”. A diferencia de lo que se podría esperar, la altura de los recién nacidos siguió creciendo entre el final de la guerra civil (1920) y finales de los años sesenta, e incluso entre 1985 y 1991; podemos concluir, así, que ni los años treinta ni la segunda guerra mundial tuvieron consecuencias en este sentido. A partir de la generación de 1936-1940, el aumento de la altura media fue tan rápido en las ciudades como en el campo. En veinticinco años, creció de media, según diferentes categorías, entre 47 y 61 mm, un aumento sin precedentes. Durante la era soviética, el “estatus biológico” de los urbanitas, y probablemente también el de la gente del campo, mejoró» (Lewin, 2005: 390-391).
Lewin ofrece los siguientes datos de mortalidad general: «39,8 por 1.000 en los años ochenta del siglo XIX, 30,2 por 1.000 en 1900, 22,9 por 1.000 en los años veinte y 7,4 por 1.000 en los años sesenta». Y también hubo aumento de la esperanza de vida: «28,3 años en 1838-1850, 32,34 en 1896-1897, 44,35 en 1926-1927 y 68,59 en 1958-1959» (Lewin, 2005: 392). A diferencia de la catástrofe demográfica en la que insiste Escohotado, Lewin habla, pues, de una «revolución demográfica» en Rusia entre 1920 y 1961; revolución que Mironov tilda de «nacionalización del proceso de reproducción» (citado por Lewin, 2005: 392).
Y si al señor Escohotado no le salen las cuentas con las cifras (ya lo reconoció el verano pasado en la conferencia de Santo Domingo de la Calzada: «mi matemática torpona»), tampoco le salen con las citas. Porque, por ejemplo, da entender con una cita que Engels se desentendió de la revolución violenta y finalmente, en el último año de su vida, se desengañó y sostuvo que lo más sensato era la vía de la legalidad dentro de la democracia parlamentaria, como cuatro años después vendría a decir Bernstein, su albacea. La cita de Engels es de la Introducción al folleto de Marx Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, y así la recoge Don Antonio: «Ha pasado la época de revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de masas inconscientes. Allí donde se trate de transformar a fondo la organización social deben intervenir directamente las masas, tras haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan se impone una labor larga y perseverante […] Nosotros, los “revolucionarios”, los “subversivos”, prosperamos mucho más con medios legales que con medios ilegales» (pág. 368). Pero así continúa Engels:
«Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados, con Odilon Barrot: La légalité nous tue, la legalidad nos mata, mientras nosotros echamos, con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados y parece que nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud. Y si nosotros no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero, para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad tan fatal para ellos.
»Por el momento, hacen nuevas leyes contra la subversión. Otra vez está el mundo al revés. Estos fanáticos de la antirrevuelta de hoy, ¿no son los mismos elementos subversivos de ayer? ¿Acaso provocamos nosotros la guerra civil de 1866? ¿Hemos arrojado nosotros al rey de Hannover, al gran elector de Hessen y al duque de Nassau de sus tierras patrimoniales, hereditarias y legítimas, para anexionarnos estos territorios? ¿Y estos revoltosos que han derribado a la Confederación alemana y a tres coronas por la gracia de Dios, se quejan de las subversiones? Quis tulerit Gracchos de seditione querentes? ¿Quién puede permitir que los adoradores de Bismarck vituperen la subversión?
»Dejémosles que saquen adelante sus proyectos de ley contra la subversión, que los hagan todavía más severos, que conviertan en goma todo el Código penal; con ello, no conseguirán nada más que aportar una nueva prueba de su impotencia. Para meter seriamente mano a la socialdemocracia, tendrán que acudir además a otras medidas muy distintas. La subversión socialdemocrática, que por el momento vive de respetar las leyes, sólo podrán contenerla mediante la subversión de los partidos del orden, que no puede prosperar sin violar las leyes. Herr Rössler, el burócrata prusiano, y Herr von Boguslawski, el general prusiano, les han enseñado el único camino por el que tal vez pueda provocarse a los obreros, que no se dejan tentar a la lucha callejera. ¡La ruptura de la Constitución, la dictadura, el retorno al absolutismo, regis voluntas suprema lex! De modo que, ¡ánimo, caballeros, aquí no vale torcer el morro, aquí hay que silbar!»{12}.
4. La represión en la URSS no se puede catalogar como «genocidio»
En la página 98 Escohotado sostiene que las purgas y las represiones se debían a causa de un «ideal eugenésico» y califica constantemente la represión como «genocidio». No obstante, en la URSS no se detenía, encerraba o ejecutaba a la gente por pertenecer a una etnia en concreto (a una gens), sino por actividades contrarrevolucionarias que diezmaban la eutaxia del régimen soviético, es decir, por causas estrictamente políticas y no raciales o culturales. El hecho de que muera mucha gente en una represalia eso no implica genocidio, porque las motivaciones, en el caso de la URSS, no eran étnicas o raciales sino políticas. Se trataba de la dialéctica de clases que preparaba a la URSS de cara a la dialéctica de Estados.
Pero esto al señor Escohotado le trae sin cuidado y en la página 151 insiste y habla de «genocidio de mencheviques georgianos». Pero éstos, desde luego, no fueron fusilados por ser georgianos sino por mencheviques, por contrarrevolucionarios o contrabolcheviques.
Nuestro autor afirma que en 1956, con su Informe «secreto», Jruschov destapa a Stalin «como asesino en serie y genocida» (pág. 148). Las purgas del estalinismo no tienen nada que ver con el fenómeno de los asesinos en serie (fenómeno muy dado en Estados Unidos) ni tampoco con el genocidio (como se hizo en Estados Unidos contra los pieles rojas y después con buena parte de la población afroamericana en numerosos linchamientos). De hecho, en el Informe de Jruschov no aparecen las expresiones «asesino en serie» y «genocida». También hay que decir que dicho Informe es un completo camelo que trata de demonizar a Stalin y por si fuera poco ponerlo como tonto.
Para justificar su posición Escohotado hace una distinción ad hoc entre «genocidio racial» y «genocidio social» (pág. 266). Pero la expresión «genocidio racial» es redundante y la expresión «genocidio social» no es muy afortunada, porque etimológicamente «genocidio» significa «matar a gente», esto es, «gente» en sentido étnico, de una determinada etnia o cultura (la gens). Y ese no fue el caso de los crímenes de la Unión Soviética, pese a quien pese. Para esta distinción Escohotado parece que se inspira en el historiador alemán Ernst Nolte, el cual distinguió entre «destrucción social» y «destrucción biológica». Aunque le aclara a François Furet que «las líneas divisorias son menos claras en la realidad que en el mundo de los conceptos» (Furet y Nolte, 1999: 96).
5. La reductio ad Hitlerum
Escohotado afirma que Lenin era una persona pusilánime. En la página 245 se refiere a la pusilaminidad de Lenin como «pusilaminidad física». ¡Qué horror! ¿Habrá una persona menos pusilánime que Lenin? Quizá Stalin, sobre el cual Escohotado reconoce en la página 132 que era «una de las personas menos propensas a pecar de pusilanimidad, así como un trabajador incansable, que no tardó en demostrarlo diseñando la URSS». Aquí está más atinado nuestro autor, a pesar de que rebautice a Stalin como «Zar de zares» (pág. 545), y lo vea como «una síntesis de Gengis Kan y Torquemada» (pág. 218).
Otra de las falacias del señor Escohotado, en la que cae continuamente, es la falacia que Leo Strauss denominó reductio ad Hitlerum. Don Antonio nos habla del tándem «Stalin/Hitler» (pág. 369). Para Escohotado –como para Trotski– Stalin y Hitler eran monstruos gemelos, «hermanados por su espíritu democida» (pág. 267), palabra que toma del historiador judeo-británico Simon Sebag Montefiore.
La reductio ad Hitlerum es una falacia que se ha impuesto en la historiografía y en la conciencia (conciencia falsa) del público de un modo muy potente, hasta el punto que parece una tesis incontestable y dada por evidente (aunque se trata de una evidencia parecida a la que tenían los hombres en la Edad Media cuando creían que la Tierra era el centro del universo y los astros giraban en torno a la misma). Pero la reductio ad Hitlerum es, efectivamente, una falacia, y confiamos en que Don Antonio sabrá prescindir de ella y reformar su entendimiento de cara a la cuestión, porque no está bien que a un filósofo –que trata de criticar y clasificar– le dé igual ocho que ochenta.
Escohotado interpreta el fenómeno nazi como «un bolchevismo donde la depuración social empieza procediendo como depuración racial, rigurosamente fiel por lo demás a su esquema mesiánico-totalitario» (págs. 348-349).
La teoría de los monstruos gemelos se extiende hacia los fundadores de la policía secreta de la URSS y de la Alemania nazi: Féliks Dzerzhinsky y Heinrich Himmler. Ambos «tuvieron en común no rechazar nunca una tarea por “sucia”, entender que las órdenes son “sagradas” y definir el agente perfecto como una aleación de “conquistador medieval, jesuita y samurái”. El segundo estudió al primero, calcando no pocas veces sus métodos, y repasar las fotografías de ambos permitiría al lector decidir si a otras coincidencias se añade cierto aire de familia en ambas miradas» (pág. 288). Suponemos que el señor Escohotado se refiere a la mirada de asesinos sicópatas criminales de ambos elementos, que encarnan junto Stalin y Hitler el mal absoluto bajo la espada del Estado «totalitario». Mayor maldad es imposible. En el bolchevismo y en el nazismo no cabía ni un malvado más. Pero, como se ha dicho, «Identificar a Hitler [o a Stalin] con el mal puede muy bien ser veraz y al mismo tiempo moralmente satisfactorio, pero no explica nada» (Lozano, 2011: 26, corchetes míos).
Y en la página 342 matiza el señor Escohotado: «aunque sus posturas no pueden ser formalmente más opuestas, ambos comulgan en el proyecto del Hombre Nuevo». Es decir, Stalin y Hitler son formalmente opuestos pero materialmente idénticos, a juicio de nuestro filósofo. Y enseguida añade: «La URSS es el más destacado socio comercial del Reich, Stalin admira en privado la “determinación” del Führer, y dos años después se firma un tratado nazi-soviético de no agresión, cuyo objetivo inmediato es el reparto de otros países». Inmediato, como dice Escohotado, pero mediato para que la URSS ganase tiempo y espacio para prepararse de cara a afrontar una guerra contra el Reich, cosa que era inevitable, como bien sabía Stalin. Aunque el pacto Ribbetrop-Molotov firmado en la madrugada del 23 al 24 de agosto de 1939 fue la respuesta al pacto de Múnich entre el Reich y los imperialistas anglo-franceses que firmaron la noche del 30 de septiembre de 1938; pues franceses y británicos querían enfrentar a germanos y soviéticos; pero el pacto de no agresión germano-soviético hizo que el Reich se enfrentase a franceses e ingleses, justo lo que la política del Kremlin quería: que los imperialistas se enfrentasen entre ellos y así los soviéticos esperasen para entrar en el conflicto cuando los imperialistas se debilitasen. Pero la impresionante conquista de Francia, llevada a cabo en poco más de 40 días, hizo que de tal enfrentamiento los soviéticos no sacasen todo el jugo que esperaban; aunque tampoco fue poco, pues se recuperó buena parte de lo que se perdió en el Tratado de Brest-Litovsk. Como muy bien dijo Lazar Kaganovich, hombre de Stalin, el Pacto Ribbentrop-Molotov fue la vuelta del revés del Tratado de Brest-Litovsk.
Don Antonio también mete en el mismo saco al fascismo italiano, y considera a Stalin, Hitler y Mussolini como si formasen una «tríada mesiánica» (pág. 259). Comunismo, fascismo y nazismo son vistos como «dictaduras mesiánicas» (pág. 369) o «proyectos mesiánicos» (pág. 594). «Bolchevismo, nazismo y fascismo son estructuralmente idénticos» (pág. 303). Y en la entrevista a elconfidencial.com Escohotado llega a referirse a «la íntima copertenencia de nazis y bolcheviques».
Bolcheviques, fascistas y nazis, ni que decir tiene, de hecho Escohotado no lo dice explícitamente, huelga decir, son enemigos del comercio. Y el liberalismo es amigo del comercio, y por eso es democrático y además estupendo, pues lleva a cabo su economía política sin derramar ni una sola gota de sangre y sin romper ni un solo cristal, porque es una sociedad comercial y no clerical-militar (como si en los Estados capitalistas no hubiese clero y ejército). El liberalismo es la civilización, lo demás es la barbarie. Liberalismo o barbarie, podría decir Don Antonio parafraseando a Rosa Luxemburgo. O tal vez, recordando sus palabras en la Sociedad Mont Pelerin, socialismo democrático o barbarie.
La opinión de Escohotado no difiere mucho de la del líder del Partido Populare Italiano Luigi Sturzo, cuando dijo en 1944 que los regímenes de Stalin, Hitler y Mussolini tenían mucho en común: «[se trataba de fases] de revolución nacionalista, antisociales y totalitarias que se desarrollaron en Europa tras 1917 […], por lo que es razonable afirmar que el bolchevismo era el fascismo de la izquierda, y el fascismo era el bolchevismo de la derecha» (citado por Lozano, 2012: 154).
Dice Escohotado que los soldados del Ejército Rojo cometieron «millones de violaciones» y actos de «pillaje» en Berlín, «sin correlato en la conducta de los ejércitos Aliados. De hecho, estos estaban llamados a ser el socorro más inmediato para un pueblo puesto de rodillas por la devastación, y humillado adicionalmente por haber seguido a un Guía tan sádico como inepto» (pág. 515). Da la risa semejante afirmación, cuando es bien sabido que la conducta de las tropas Aliadas tampoco fue nada ejemplar en algunos aspectos (que se lo pregunten a las mujeres alemanas). Y además el pueblo alemán fue devastado y humillado por la imponente serie de bombarderos a diversas ciudades que fueron incendiadas de cabo a rabo (¿a eso no lo podemos llamar genocidio u holocausto, cuyo significado etimológico es «quemarlo todo», tal y como ardieron varias ciudades alemanas por los bombardeos Aliados?).
Por lo demás, los adjetivos «sádico» e «inepto» no son muy afortunados para definir a la figura de Adolf Hitler. Y más todavía viniendo de un autor, Escohotado, muy crítico con eso de adjetivar.
6. La entrevista con Federico Jiménez Losantos
Fue a raíz de la entrevista que el gran comunicador de Libertad Digital y esRadio, Federico Jiménez Losantos, le hizo a nuestro filósofo en febrero de 2017 cuando mostré interés por la obra de Escohotado{13}, que lamentablemente no incorporé en mi Tesis Doctoral depositada precisamente en febrero. Inmediatamente comprobé que la entrevista era un repertorio nutritivo de leyenda negra, con más vehemencia en el entrevistador que en el entrevistado (de hecho, en todas sus entrevistas Losantos habla más que sus entrevistados, cosa que tampoco hay por qué reprocharle).
Don Federico clasifica la obra de Don Antonio como «una historia de los enemigos de la propiedad», que supone «una tarea quijotesca y descomunal».
Durante la entrevista, Escohotado sostiene que personas como Marx y como Lenin «están peleadas con la lógica», y añade que en estos autores la lógica choca con la imperiosidad de «cambiar el mundo, porque no se trata de adaptarse ellos a lo que las cosas van siendo. Se trata de que ellos han tenido la suerte de recibir el don y el destino de cambiar la vida de todos los demás con arreglo a lo que ellos creen». Federico continúa afirmando que en los escritos de Marx uno se lleva una sorpresa al comprobar que «esto está todo mal y además es redundante… yo no entiendo cómo una cosa tan abstrusa pueda calar en la gente».
Continúa Federico arremetiendo contra Marx que, como Lenin, «era un ser lleno de odio… es movido por una máquina de odio tremendo, igual es un insultador absolutamente salvaje contra cualquiera, pero además venga o no venga a cuento». ¿Se refiere Don Federico al filósofo de Tréveris o al revolucionario de Simbirsk o, tal vez, al ex locutor de la COPE y locutor de esRadio por las mañanas no dejando títere con cabeza, a veces con bastante razón? «La sartén le dice al cazo», que dice el clásico.
Y continúa en su línea: «Viven vagueando. No trabajan jamás, no cobran nunca pero se las arreglan pa… ¡son sablistas!». Como si escribir El Capital y otras muchas obras y hacer la revolución no fuese un trabajo y fuese cosa de vagos y maleantes; como si Marx fuese un lumpen, un zángano o un delincuente de poca monta. Como botón de muestra Federico cita a Marx («esta fiera») a través de la página 379 del segundo tomo de Los enemigos del comercio: «Está claro, señores, el propio canibalismo de la contrarrevolución convencerá a las naciones de que todo el terror revolucionario puede abreviar, simplificar y concentrar los criminales trances agónicos de la vieja sociedad y los sangrientos espasmos unidos al nacimiento de la nueva. Está claro, señores, no tenemos compasión ni la pedimos, cuando nos llegue a la vez no habrá escusas que valgan para el terror revolucionario». Y comenta: «Este es Carlos Marx que presentan como un teórico, ¡un tío sanguinario!, ¡es un terrorista!, que además se ha gastado la mitad de la herencia en comprar armas para darle a los obreros que mueren, claro, usándolas». Y añade Escohotado: «Y luego es muy cobardica, como Lenin, no va nunca a una manifestación, no va a la batalla, son casi pusilánimes clínicos». Lenin ya no es «pusilánime» sino «casi»: otra vez recula el señor Escohotado.
Pero continúa: «Hay una magnitud de rencor… aquello de que él se está afeitando y le molestan los forúnculos porque siempre tiene mala sangre y de repente se lo estalla y le manda la carta a Engels y le dice: me he estallado un forúnculo y ha salido pus hasta el espejo. Dice: la burguesía pagará con su vida».
«Qué gran confianza en sí mismo, tenía», afirma Federico; pero Escohotado le corrige: «No, él tenía poderes hipnagógicos. Porque Engels era un hombre de talento y un buen escritor y un hombre estudioso. La seducción de que es objeto por Marx es una seducción de tipo hipnótico, o sea, mesmérico, o sea, aquí hay un elemento que está mucho más allá de la conciencia».
Pero veamos lo que dice Engels al respecto en 1886, tres años después de la muerte de Marx: «Que antes y durante los cuarenta años de mi colaboración con Marx tuve una cierta parte independiente en la fundamentación, y sobre todo en la elaboración de la teoría, es cosa que ni yo mismo puedo negar. Pero la parte más considerable de las principales ideas directrices, particularmente en el terreno económico e histórico, y en especial su formulación nítida y definitiva, corresponden a Marx. Lo que yo aporté –si se exceptúa, todo lo más, dos o tres ramas especiales– pudo haberlo aportado también Marx aun sin mí. En cambio, yo no hubiera conseguido jamás lo que Marx alcanzó. Marx tenía más talla, veía más lejos, atalayaba más y con mayor rapidez que todos nosotros juntos. Marx era un genio; nosotros, los demás, a lo sumo, hombres de talento. Sin él la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre» (Engels, 1981: 380).
Y continúa Don Antonio: «Yo creo que el problema de Marx, y el de Lenin, es que no se han dado cuenta de que en el espíritu humano hay mucho más de inconsciente que de consciente… el gran don del espíritu humano es que haya esa magnitud de inconsciente que nos apoya y nos mantiene, ¡fíjate, 8.000 millones de personas, viviendo como nunca!». Lo dice un filósofo que afirma que su gran referencia es Hegel, aquel autor que postula la realización del Espíritu Absoluto, es decir, del Espíritu omniabarcante que no deja ni un respiro al inconsciente; pues en él todo es consciente al ser saber absoluto y por ello concluye que todo lo real es racional y todo lo racional es real en una especie de plenitudo temporis que se consuma con el espíritu germánico, sobre el que recae finalmente la «antorcha de la universalidad». Por cierto, otra exageración del señor Escohotado, porque el número de habitantes humanos en el planeta no es de 8.000 millones sino 7.442 millones, y por lo tanto hay más pobres (y más ricos) que nunca. Aunque no quedan muchos años para que lleguemos a 8.000 millones y, según unos cálculos, para 2050 seremos 9.000 millones y eso traerá muchísimas complicaciones. (Aunque Spain is diferent y aquí la población tiende a mermar y para el 2050 el 60% de la población será mayor de 60 años).
Los contertulios pasan a criticar la Edad de Oro que postula Marx para el futuro: «una Edad de Oro sin oro», bromea Federico; «el oasis extradinerario», apunta Don Antonio. Federico se queja de que Marx denunciase la prosperidad, la cual «hace acomodiatiza a la clase obrera». «Tú qué quieres, ¿que sean desgraciados?», se pregunta Federico. Y Escohotado responde: «es que quiere la guerra», y añade: «Federico la depuración, la depuración, o sea la limpieza». «La eugenesia», contesta Federico. «¡La ingeniería social!», enfatiza Don Antonio. «Pero que incluye la eliminación del género humano», sentencia Federico. «No, claro… No, es que… acuérdate de que llegan a Rusia y hay el dos por ciento de proletarios en el sentido literal, pues hay que conseguir que ese dos se lleve a cien por cien… eso quiere decir que va a acabar con el 92% de la población». Pues no me salen las cuentas, pues en todo caso Lenin querría acabar con el 98%.
Después de que ambos contertulios acusen a Blanqui, Lenin y Stalin de ser «agentes dobles», Escohotado afirma que «la historia real es maravillosa… no hay nada como eso, no hay nada como acercarte y decir “¡oh, Dios mío!”». Ambos llegan a la conclusión de que Lenin era blanquista, pero resulta que también era blanquista «el propio Marx», dice entre risas Don Antonio.
A continuación los contertulios muestran una cierta simpatía por Bakunin, ecos del anarquismo de la juventud. Dice Federico: «Bakunin tiene, digamos, un elemento humano, que no tiene Marx [como si Marx fuese una bestia, un demonio o un extraterrestre]. Bakunin le reprocha a Marx su capacidad, digamos, de manipular, de hacer el mal, y digamos que Bakunin, que es partidario con Nechaev de –en el fondo está creando las mismas base del leninismo– el catecismo revolucionario, que lo hacen entre los dos, es igualmente criminal. Y sin embargo, Bakunin es como si no se creyera su doctrina. Marx se cree todo lo que dice. ¡Bakunin vacila! Bakunin, digamos, que reflexiona». También los señores Losantos y Escohotado se creen lo que dicen y tan panchos.
Y responde Escohotado sobre Bakunin: «Hombre, él, en cuanto le dan la oportunidad, se va a una barricada y pone una bomba… Él lo único que propone como reforma política es acabar con la ley de herencias, es decir, impedir que haya transmisión patrimonial post mortem, y cree que las cosas por sí solas se van a hacer. Bakunin, evidentemente, tiene una noción de la complejidad, como la de Adam Smith, ¡o la de Hume! Que es la que le falta a Marx. Por eso cuando conoce a Marx y Engels dice: “Son dos señoritos de provincias que creen en una clase imaginaria, el proletariado no existe… esa clase disciplinada, docta y justa no existe». Y, en rigor, el proletariado como clase universal y como agente político mostró su ausencia de unidad al no tratarse de una totalidad atributiva sino una totalidad distributiva, como muy bien se vio el 4 de agosto de 1914 cuando los «revolucionarios» votaron a favor de los créditos de guerra y optaron por las trincheras antes que por las barricadas.
Aunque, en honor a la verdad, debemos recoger las palabras que Bakunin le escribió a Alexander Herzen refiriéndose a Marx, con fecha del 28 de octubre de 1869: «Dejando a un lado todas las malas pasadas que nos ha jugado, no podemos, por lo menos yo, olvidar los servicios inmensos que este hombre ha prestado a la causa del socialismo, a la que viene sirviendo desde hace cerca de veinticinco años, con un talento, una energía y una pureza en que nos supera indiscutiblemente a todos. Es uno de los primeros fundadores, seguramente que el principal, de la Internacional, y esto es, a mis ojos, un mérito inmenso que reconoceré siempre, por muy mal que se porte con nosotros» (citado por Mehring, 1967: 435-436).
En la tercera entrega de la entrevista Federico empieza afirmando que «Lenin es un monstruo, un sociópata, un tío que no tenía sensaciones de ningún tipo… y cuando le piden conmutar la pena de muerte le da igual mandarlos matar que no mandarlos matar, es decir, tiene una indiferencia absoluta hacia el sufrimiento humano». Entonces Lenin es un monstruo que lo mismo le da que el enemigo esté muerto o esté vivo, no siente nada por él. Pero, aunque así sea, esos serían sus finis operantis, sus motivaciones psicológicas (que es, como vemos, constantemente la perspectiva desde la que se posicionan los contertulios sin salir de ahí o tan sólo haciendo análisis objetivos de refilón). Pero lo importante son los finis operis del Terror, los cuales incrementaron la eutaxia de la República soviética que, llegado el estalinismo, se transformó en el Imperio Soviético y, mal que les pese a Losantos y a Escohotado, se trataba de un Imperio generador, sin perjuicio de su depredación, porque no hay construcción sin destrucción (ya algo así decía el admirado Bakunin).
Tras la victoria de la Revolución de Octubre, cuando los bolcheviques trazaban la nueva política del país en el Palacio Smolny, Kamenev y Trotski querían abolir la ejecución capital en el ejército, a lo que Lenin les replicó: «¡Qué absurdo! ¿Cómo vais a hacer una revolución sin fusilar a nadie?» (Citado por Montefiore, 2010: 441). Pues eso, ¡cómo imponer la eutaxia en los restos del Imperio Ruso durante el Segundo período de desórdenes! Pues con el Ejército Rojo y con la Cheka. Lo demás es música celestial o liberalismo ingenuo. Pero sigamos con la entrevista.
La conversación deriva hacia las hambrunas y hacia el lema de Lenin «mientras peor, mejor». Escohotado afirma que Lenin quiere «una humanidad depurada, y si la humanidad depurada es un dos por ciento mejor, y acuérdate que el último escrito de Lenin se llama “Mejor pocos pero mejores”. Y así deja su último testimonio de sociopatía, de un odio ilimitado que sólo detiene su sable cuando se trata de su propia persona, porque da la casualidad de que es un hombre pusilánime. Es extraño que un asesino de ese volumen luego resulte pusilánime». ¡Ni tan extraño! Qué raro, ¿no? «El asesino es cobarde», replica Federico. «Lenin es como la mejor prueba de que el asesino es un cobarde», sentencia Don Antonio.
Después exageran con la ayuda alemana a los bolcheviques (el tren de Lenin, etc.), y afirma Federico, y Escohotado asienta, que el partido bolchevique «era un partido alemán, y un partido cuya única función era hacer desertar al ejército ruso». Pero hay que admitir que las alianzas son tan importantes como las propias fuerzas: si el Káiser pone el dinero, ¿por qué no tomarlo para llevar a cabo la revolución? ¿Acaso a los bolcheviques el dinero alemán les iba a dar asco? La política hace extraños compañeros de cama, y no iba a ser menos en la revolución (como tampoco lo es en la guerra).
Ambos contertulios piensan contra la tesis de que la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial fue iniciada por el «militarismo prusiano», cosa que Escohotado tacha de «mentira grotesca». Obviamente el militarismo prusiano por sí solo no explica la génesis y la estructura de la Gran Guerra, pero algo tendría que ver, ¡digo yo! Hay que recordar que la propaganda antialemana en el período de entreguerras fue tan burda como atroz.
A continuación condenan la ejecución del Zar y su familia: «¡Qué cosa más cutre, qué asco, asesinar a niñas y a un niño!», «¡y a la cocinera, y a la criada!», añade Federico; «y al médico», recuerda Escohotado; «al médico, al médico, para que no hubiera testigos», dice Federico. «Cobardes», finaliza Escohotado. Cobardes no, prudentes. Porque la existencia de algún miembro de la familia de Zar eso, a la larga, podría haber acarreado muchos problemas y más guerra civil. Éticamente será todo lo repugnante que se quiera, eso es innegable; pero políticamente pudo resultar prudente, como efectivamente así resultó. Así lo explicaba Trotski diecisiete años después del zaricidio: pues resulta que los bolcheviques no podían dejar a los ejércitos blancos «una bandera viva en torno a la cual agruparse», por ello sus hijos «cayeron víctima del principio que constituye el eje de la monarquía: la sucesión dinástica» (citado por Deutscher, 1969: 262).
Si Lenin, dice Escohotado, es un individuo «patológicamente cobarde» por esconderse en Finlandia tras la fallida insurrección de julio, Trotski, sin embargo, es «el que tiene valor, es un tío muy brillante y tal, es el que da el golpe», dice Federico. Y añade Don Antonio: Trotski es «un extraordinario organizador, o sea, como organizador es quizá uno de los más notables del siglo XX», «por desgracia» matiza Federico. Y sostiene Escohotado: «Porque la organización del Ejército Rojo, como ganan la guerra civil, eso es un milagro divino». Es asombroso el filotrotskismo que hay entre muchos liberales (como el filobakunismo que ya hemos señalado), que demonizan y ridiculizan a Lenin (y de Stalin para qué hablar) y ensalzan a Trotski como un gran intelectual y un hombre brillante (pese a su perverso comunismo revolucionario, claro, no todo va a ser oro; anda que si se hubiese hecho liberal…). Hablan como si Trotski hubiese hecho la revolución y hubiese ganado la guerra civil él solito (sin que por nuestra parte le queramos quitar méritos al gran revolucionario de Bereslavka). También, en la capa conjuntiva, estaba la Cheka de Feliks Zerzhinsky, ¿o es que eso no fue importante para vencer en la guerra civil y mantener la pax bolchevique, la eutaxia para reconstruir la unidad del Imperio Ruso en la nueva identidad compuesta por repúblicas socialistas soviéticas? Insistimos que, por nuestra parte, no hay que ningunear a Trotski en la Revolución de Octubre y en la victoria de la guerra civil, pero tampoco hay que exagerar su papel; porque el papel de los otros líderes también fue fundamental (y ni que decir tiene los papeles de Lenin y Stalin).
Escohotado afirma que a Lenin le da «el jamacuco» «porque tiene que hacer la NEP». Otro psicologismo. Federico asiente: «Es la rabia que le da la NEP». Entonces la rabia explica la NEP o tal vez la NEP explique la rabia. «Es un hombre tan rabioso –comenta Escohotado– que es que lo recuerda su mujer (en las memorias de su mujer) que cada vez que le discutían algo, ya desde muy joven, Lenin enfermaba, le subía la temperatura, tenía como una gripe grave, dolores en las articulaciones, o sea, un hombre de una imperiosidad y una incapacidad total para soportar, pues, la diferencia de pareceres». Otro análisis que sólo tiene en cuenta los finis operantis. Es puro psicologismo.
En seguida pasan a la figura de Stalin. Y nada más empezar Federico dice que era «un delincuente común y agente doble». La leyenda del Stalin como agente doble ya no se la cree nadie, pero parece que nuestros contertulios se la creen a pies juntillas. Stalin –dice Federico– es «el gran zar rojo» y «extermina sistemáticamente», aunque más mérito tiene Lenin que «se inventa un Estado para matar». Para matar a sus enemigos y fundar su propio Estado, como hace todo Cristo de toda la vida de Dios. Stalin –continúa Federico– «lo hereda y lo amplía». ¿Y le parece poco?
Curiosamente Federico cita necronomics.com, la página de Matthew White, que –como hemos visto– no dice en su tocho El libro negro de la humanidad que durante la guerra civil y el comunismo de guerra muriesen 30 millones de personas por hambre, frío y calor, sino 5 millones (y no le echa la culpa exclusivamente a los bolcheviques, como sí hace Escohotado, pero esto de sobra, incontestablemente, lo hemos refutado).
La única diferencia entre Lenin y Stalin, según Escohotado, es que el segundo «se atreve a matar a su gente y en cambio Lenin… hay el famoso aquel de que descubre que [Roman Malinovsky] es un agente doble e insiste Lenin: “No, pero sus beneficios han sido superiores a sus perjuicios”». Y añade: «Fíjate que seguimos estando en ese delirio psicótico donde resulta que una mínima fracción de la población es la buena. Es como Hitler. O sea, todos los que no sean de la cepa pura fuera con ellos… Esto hay que retrocederlo a los zelotes, porque es que de allí vienen, o sea…».
El comunismo –sostiene Don Antonio en forma de quiasmo– «es una empresa que triunfa fracasando y fracasa triunfado. Pero pasa igual con la cruzada contra las drogas, con la cruzada contra el libre pensamiento, la cruzada contra los homosexuales. Todo tipo de empresa de ese estilo agrava el mal, dramáticamente».
El Che Guevara, dice Federico, era «un absoluto imbécil, un criminal, un ser con unas ganas de matar a la gente que no le había hecho nada… es el tío que se carga el peso, que se carga la agricultura, que crea los campos de concentración de la UMAP para homosexuales, es decir, ¡un monstruo total, absoluto! Bueno, pues siguen ahí llevando camisetas con el Che Guevara». Otro monstruo psicoanalizado. No es que yo sea muy «chequista», pero a favor del Che hay que decir que él mismo se llegó a encargar de fusilar a un traidor, para dar ejemplo, haciendo el trabajo sucio. Cosa que ni hicieron Lenin, Hitler, Stalin, Roosevelt o Churchill.
«La primera de las fuerzas que mueven el mundo es la mentira, y la segunda también», sentencia Federico. Pues ya se puede aplicar él mismo el cuento. Aunque, bien visto, no miente, más bien se cree lo que dice, y el que se cree lo que dice no miente, pues simplemente se equivoca, igual que nuestro Don Antonio Escohotado. Aunque siempre, desde luego, cabe una réplica de nuestros contertulios de cara a mis objeciones.
7. La entrevista con Turrión
En la entrevista con Pablo Manuel Iglesias Turrión, secretario general del partido no nacional Podemos, Escohotado se encuentra muy cómodo, pese a las diferencias ideológicas que mantiene con el entrevistador, que en algunas ocasiones son de contraria sunt circa eadem.
Turrión también es negrolegendario en cuestiones soviéticas, sobre todo en cuestiones estalinistas (y en españolas ni que decir tiene, sobre todo de la etapa franquista, que demoniza de modo irracional arrastrado por la corriente del vulgo, que él, demagogo ante todo, llama «la gente»; aunque esa también es la visión de los demás políticos o politicastros del Régimen del 78, de «la casta», al menos en su inmensa mayoría: auténticos zoquetes en cuestiones históricas, y no digamos ya en cuestiones filosóficas, por no hablar de cuestiones politológicas).
«Lo que salió no fue bonito», dice Turrión en relación al «socialismo real». «No. No fue bonito, fue el hambre», matiza Escohotado. Como si el hambre, en aquella época, fuese cosa exclusiva de la Unión Soviética y del comunismo.
En esto Escohotado sigue postulando tesis muy similares a las de Hitler; pues éste había dejado dicho en un discurso que pronunció el Día del Partido en Núremberg: «Actualmente, el mundo se estremece ante las noticias de una nueva hambruna terrible que azota a Rusia. Desde 1917, es decir, desde el triunfo bolchevique, no cesa esta miseria. Los bolcheviques no deben culpar de sus fracasos a las condiciones climáticas adversas, o en otras palabras, a Dios; pues esta misma Rusia, que vive postrada desde hace veinte años, fue en su tiempo uno de los graneros más grandes del mundo» (Hitler, 2014: 206).
Sin embargo, Escohotado no tiene en cuenta, y desde luego Turrión tampoco, estas palabras del propio Führer que sacamos de sus conversaciones privadas; y que conste que estamos ante el mayor enemigo de Stalin y de la Unión Soviética, al menos a nivel de dialéctica de Estados; la fecha es la del 26 de agosto de 1942, es decir, en plena guerra, cuando ya se había metido hasta Moscú en la Unión Soviética y disponía de mucha más información para valorar la situación del país. Dice el Führer: «Si Stalin hubiese podido proseguir su obra durante diez o quince años más, Rusia se habría convertido en el Estado más poderoso del globo. Hubiesen sido precisos dos o tres siglos para que cambiase la faz del mundo. Tales fenómenos son raros en la historia. En lo que respecta a Rusia, no se puede por menos que admitir que Stalin ha elevado el nivel de vida de su patria. El pueblo ruso no padece hambre. Se encuentran ahora fábricas de la importancia de las Hermann Goering Werke en lugares donde hace dos años sólo existían poblados desconocidos. Encontramos vías férreas que no están indicadas en los mapas» (Hitler, 2008: 530). Hitler, al decir esto en sus conversaciones privadas, venía a decir lo siguiente: «Será verdad que, con el estalinismo, Rusia está prosperando y el pueblo no pasa hambre, pero que no se entere la servidumbre». Y la servidumbre, sobre todo hoy, de lo que se entera es de la leyenda negra, que se la come con patatas (aunque también los que no son «muchedumbre» también son creyentes de los horrores negrolegendarios).
El testimonio de Martin Bormann, mano derecha del Führer y Canciller del partido nazi, no era menos impresionante, según decía el 22 de julio de 1942 tras regresar de una visita a los koljoses cercanos al cuartel general alemán. Éstas fueron, en presencia de Hitler, las impresiones de Bormann:
«Al ver a los niños, no se puede imaginar uno que antes o después tengan las caras eslavas y achatadas de sus padres. Son rubios y tienen los ojos azules como ocurren con los habitantes de los estados bálticos. Son unos hermosos niños rollizos. Comparados con ellos, la mayoría de los nuestros parecen torpes polluelos. ¡Qué curioso es pensar que esos niños ucranianos se convertirán en adultos de rostro inexpresivo y vulgar! Llama la atención, al recorrer esas inmensas extensiones, hallar en ellas tantos niños, mientras que se ven tan pocos hombres. Esta proliferación de seres jóvenes quizá nos dé trabajo algún día, puesto que se trata de una raza mucho más dura que la nuestra. Los hombres tienen una admirable dentadura y entre ello son muy pocos los que llevan gafas. Están bien alimentados y rebosan salud a todas las edades. Las difíciles condiciones en que viven estos hombres desde hace siglos han practicado una implacable selección. Cuando uno de los nuestros bebe una gota de su agua, poco le falta para morir por haber hecho tal cosa. Ellos viven entre la porquería, beben el agua fangosa de sus riachuelos y se quedan tan campantes. Nosotros tenemos que atiborrarnos de quinina para defendernos de la malaria, y esos ucranianos están tan bien inmunizados contra ella y la escarlatina que pueden coexistir impunemente con los piojos y los chinches». (Véase Hitler, 2008: 469).
Siguiendo con la entrevista, afirma Turrión: «Hay una cosa que es innegable, y es que en nombre del comunismo se han llevado a cabo monstruosidades». Y responde Escohotado: «Las mayores de toda la historia». «Eso se podría discutir», contesta Turrión. «Yo me temo que, después de los tres volúmenes, no», sentencia el filósofo. Pero, visto lo visto, como la manera de probar los crímenes del comunismo que Escohotado expone en su libro es una patraña negrolegendaria, sigue siendo una cuestión discutible; porque, posiblemente, los mayores crímenes los haya cometido el capitalista Imperio Británico, es decir, los amigos del comercio.
Pero eso a Escohotado le trae sin cuidado, pues al afirmar Turrión –esta vez con razón– que «el desarrollo del capitalismo es indisociable de la colonización… no se entiende la acumulación de capital en Inglaterra sin su relación con las colonias y eso está vinculado al genocidio y a la destrucción». Escohotado lo niega, es decir, es negacionista en cuestiones de crímenes británicos. Y, ante el abolicionismo de 1824 que Escohotado pone como ejemplo, Turrión responde que se debió a que, tras una serie de revoluciones esclavas, la esclavitud salía más cara.
Turrión asienta la cabeza a la afirmación de Escohotado de que nada es tan abominable como los grandes saltos adelante. «Nada lo justifican», afirma Turrión como si los condenase junto a su interlocutor.
8. Escohotado en los cursos de verano de Santo Domingo de la Calzada
Del 17 al 21 de julio de 2017 se celebraron en la ciudad riojana de Santo Domingo de la Calzada (donde canta la gallina después de asada, cuna y nación biológica de Don Gustavo Bueno) los cursos de verano que vienen celebrándose en la acogedora localidad riojana desde el año 2004. Este año el tema de las exposiciones era el comercio. Y los organizadores del evento (el ayuntamiento de la ciudad, la Universidad de la Rioja y la Fundación Gustavo Bueno) invitaron a Don Antonio Escohotado, como la ocasión merecía.
Yo llegué a Santo Domingo la tarde del domingo 16, tras partir por la mañana de Sevilla y llegar en tren a Madrid a mediodía para subir en coche con Ángel, Enrique y Alejandro (nuevas promesas del materialismo filosófico). Al llegar a Santo Domingo me encontré con Clara Bueno, Axel Juárez (procedente de México) y con Gustavo Bueno Sánchez, que tuvo la amabilidad de invitarme a la casa de Bueno en Santo Domingo, donde plácidamente dormí aquellos días. Por la tarde me encontré con Paloma Villareal, Elia Quiñones, Carlos Madrid, Andrés González, Luis Carlos Martín, Julián Brea, Marcelino Suárez y un montón de buena gente. Por aquellos días pude conocer personalmente a Iker Izquierdo, materialista filosófico residente en Taiwán. Fueron unos días inolvidables.
Escohotado daría su conferencia el lunes día 17 a las 19:00 horas. Pero antes de la conferencia partí junto a Axel y Gustavo desde casa de Bueno al hotel donde se alojaba Don Antonio. Y allí lo conocí en persona. Mientras hacíamos tiempo para esperar a la hora de la conferencia estuvimos junto a Escohotado y su hijo bebiéndonos unas cervezas y fumándonos unos cigarros (¡qué otra cosa si no!). Entonces, mientras su «hercúleo hijo» le llevaba otra cerveza, me acerqué a Don Antonio y le comenté que en una ocasión le oí decir que en los años ochenta había hasta 600 atracos al año a los bancos por obra de los enganchados a la heroína. La cifra, dicho sea de paso, nunca me pareció exagerada, dado que se trataba de todo el territorio nacional y 600 veces al año (no al día o a la semana), y más tratándose de los enganchados a la heroína y de los años ochenta. Don Antonio me dijo entre risas: «Sí, es cierto, e iban con las jeringuillas amenazando a los banqueros».
Como decía, Don Antonio empezó su conferencia a las 19:00 horas.{14} Entre otras muchas cosas llegó a decir que el materialismo dialéctico no era materialismo sino más bien un «voluntarismo folletinesco», y añadió: «materialismo es lo que hago yo o lo que hacía Gustavo».
Cuando llegó el turno de preguntas, yo ni por un momento pensé que podía regatearle al señor Escohotado los 30 millones de muertos por hambre, frío y calor que arriba hemos comentado y refutado. En unos minutos, lo que dura una intervención en un turno de preguntas en una conferencia (fueron exactamente diez minutos), no es muy fácil argumentar con fluidez y dar todos los datos, e inevitablemente muchas cosas se quedaron en el tintero. Cosas de una discusión viva y espontánea.
Reproduzco aquí el diálogo:
Empiezo yo reconociéndole a Don Antonio que había mostrado interés por su obra leyéndome los tres tomos de Los enemigos del comercio, y que mostré mayor interés por el tercer tomo en el que trataba la Unión Soviética. «A mí me llama poderosamente la atención la cuestión… en fin: mortuoria. Ya decía Occam que no hay que multiplicar los entes sin necesidad. Pues aquí tampoco hay que multiplicar los muertos sin necesidad. Porque dice usted algo que es asombroso, ¡que es original! O al menos yo no lo conozco, ¡que no lo dice nadie! Dentro de los especialistas (aunque yo tampoco los he leído a todos, por supuesto) de la Unión Soviética. Y es que dice usted que entre 1918 y 1921 hubo 30 millones de muertos por hambre y por frío. ¡Es una barbaridad! No puede ser…». Y contesta Don Antonio: «Por eso Stalin al hacer los dos [censos] suyos, el primero lo saca fuera porque no le gustan los resultados y mata al administrador de industria, al director de la oficina censal y a un par de responsables económicos más, pues los censos se le van de las manos a los rusos». Y replico: «No, vamos a ver. El censo, el problema que hay con el censo es que usted habla de unas estadísticas de 1920 a 1926… Usted dice que se basa en una filtración a Times, un periódico británico, de –fíjese la fecha– el 11 de noviembre de 1927. Ahí, ¿qué pasaba en esa época? Que la Unión Soviética había roto relaciones con Gran Bretaña. Entonces eso se ve que es propaganda y “mira, 30 millones de muertos en la guerra civil”». Y preguntaba Escohotado como dudando: «¿En el 27 rompieron relaciones con la Unión Soviética?».
Y sigo: «Después vino la fantasmada esa del Pacto Briand-Kellogg y Stalin se reía del Pacto de Briand-Kellogg, porque era todo una pantomima…». Y me interrumpe Escohotado: «Stalin llegó al poder aproximadamente en el 26, ¿se acuerda usted?». «Sí, sí, sí. Pero lo cuestión es… usted se basa en eso [en la filtración de Times] y también en la página Tacitus punto….». Y me interrumpe Don Antonio: «Cree que exagero». «¡Bueno, me parece desproporcionado!», le aseguro. Y afirma Don Antonio: «Por lo menos diez veces más de lo que fueron». Y le confirmo: «Posiblemente». Y asiente Don Antonio: «Sí».
Y prosigo: «Y yo la pregunta que le quiero hacer es la siguiente». Y vuelve Don Antonio a interrumpirme: «Pero entonces lo que no me explico es cómo en vez de crecer al mismo ritmo que aproximadamente los países europeos evidentemente el siguiente censo que tenemos de la población rusa es muy inferior al que había antes de comenzar la guerra del 14». Y le comento: «Yo lo que le discuto es que de 1917 a 1926 (sólo hubo dos censos, el censo de 1920… yo creo que no hubo censo en 1920, porque, entre otras cosas, era la guerra civil y no se podía hacer censo». «No, claro que hubo», contestó Don Antonio. «Es igual –apostillo. La cuestión es la siguiente: de 1917 a 1926 posiblemente Rusia pierda un tercio de población». «Que son 40 millones», apunta Escohotado. «Pero, ¿qué pasa aquí?», pregunto. Y aquí es donde quería yo llegar: «Que el 3 de marzo de 1918 firmaron con Alemania el Pacto de Brest-Litovsk. ¡Y ahí Rusia perdió el 34% de su territorio y 56 millones de habitantes! Es verdad que en noviembre el pacto quedó abolido, pero Rusia, o la Rusia soviética, sólo recupera Ucrania con la guerra contra Polonia». «¡Pero qué dices!», se asombra Escohotado. Y añado: «Pero los países Bálticos, Finlandia, Polonia, ni nada de eso, eso no lo pudieron recuperar, hasta después en el 39 con el Pacto Ribentropp-Molotov. Y usted no lo tiene en cuenta, por lo menos en el libro». Y reconoce Don Antonio: «Tiene razón que no [ininteligible] pero es que son unos años, es verdad que hay hasta que… ellos reconquistan, por ejemplo, Ucrania, los rojos, o sea, acuérdese que en tiempos de Lenin se reconquistó Ucrania que se había independizado». «Sí, vamos a ver, los países Bálticos no lo recuperan hasta el Pacto Ribentropp-Molotov, ni Finlandia ni Polonia, que perdieron la guerra con Pilsudski en 1920. Y recuperaron parte de Ucrania, recuperaron casi toda Ucrania. Usted no lo menciona en el libro. Yo no tengo aquí tiempo para regatearle los 30 millones de muertos. ¡Pero pero pero, usted sí que se los regatea a sí mismo! Es muy curioso. Porque en la página 190 dice: o fueron 20 o 30 millones. ¡Ah, ahora resulta que no son 30 sino que son 20!». «Pero es que no lo sé. Simplemente no lo sé», asienta Escohotado. «Míralo, Tomás [García López] tiene el libro ahí y puedes ver en la página 190, y dice 20 o 30». «Si usted me dice 20 o 30 a mí la verdad…», haciendo un gesto con la mano como diciendo tanto monta monta tanto, sigue siendo una bestialidad. «Pero poco a poco ya le voy regateando, ya le he recortado 10 millones». «Y si alguien dice que son 10 millones pues yo…».
Y le interrumpo afirmando: «Otro dato es, por ejemplo, usted dice que en 1921 hubo diez mil muertos diarios (y lo pone ya como el apogeo del hambre), y eso son 3.650.000, si ponemos por tiempo tres o cuatro años no llega a los 30 millones, y se quedaría en 10. Mattew White, y usted lo cita en su página web [la de White], necromatrics.com, y un libro que se llama, el título se las trae, El libro negro de la humanidad. Es un cuantificador de baños de sangre, escribe todas las masacres que ha habido, importantes, de la historia de la humanidad (hombre, no habla de la inquisición española porque eso es calderilla). Pero, vamos a ver, Mattew White deja la cifra por muertos de hambre (al margen del combate, y de enfermedades y de la represión del terror rojo y del terror blanco, que también lo hubo) lo deja en 5 millones». «Entonces son cinco», capitula Escohotado. «Cinco eso sí, ya vamos por cinco». Tendría que haber dicho con cara de póker: «Cinco millones las veo. ¿Qué tienes?». ¡Pues un farol como una casa! Porque, como reconoce Escohotado, «de 5 a 30 hay bastante». Y pregunto: «Y la pregunta que le iba a hacer. Eso 30 millones (o esos cinco millones), ¿toda la culpa la tienen los bolcheviques? ¿Los ejércitos ingleses, franceses, japoneses, los ejércitos blancos, verdes, negros, no tienen nada que ver con el asunto? ¿Toda la culpa es de los bolcheviques?». «En el libro nunca se dice que esta gente fuera tiroteada, se dice que murieron de intemperie», me aclara. «De hambre y de frío», apunto. «Sí, y de calor», puntualiza Escohotado. «Después vino la American Realy Administration y dio a catorce millones –según dice usted– con sopa y medicina». «Catorce millones, sí», asienta Escohotado. Y repito: «En 1921. Y lo que dije antes, que el apogeo de 10.000 muertos diarios son 3.650.000, pues de aquí a 30 millones… tienen que pasar muchos años pa que se llegue a 30 millones. Yo creo que, no es personal, es negocio, o es comercio».
Y me hace las siguientes observaciones: «Primero que soy un exagerado, segundo que muy bien me puedo equivocar en ese dato y el tercero que me parece que muy pocos ha entrado en la materia, y claro, los bolcheviques han hecho lo posible por… vamos su organismo principal, que se llevaba el 90% de la pasta, se llamaba Agit-prop [¡qué exagerado!]. Es decir era un controlador de la información».
Y le interrumpo: «Usted, por ejemplo, se cree con Robert Conquest, en plena Guerra Fría, en 1968, el libro del Gran Terror». E interrumpiendo mi interrupción reconoce Don Antonio: «Le veo un poco pretencioso a Conquest». ¡Ni que lo diga, Don Antonio! «Hombre, es que dice 18 millones de detenidos. Entonces los chequistas qué eran ¿superhombres que podían detener a 18 millones de personas? Eso es una potencia…». Hay un barullo de voces y se le entiende a Escohotado: «… en su segunda novela dice que [los chequistas] se volvían locos, que algunos se suicidaban, porque como les eran tan exigentes los mandos… Tenían que matar y no les daba tiempo para disponer de cadáveres, no les daba tiempo para llevar a los chequistas. Lo pasaron muy mal con las purgas de Stalin. Les imponía una cantidad de trabajo bestial. Ahora, a mí no me extrañaría ná que yo esté equivocado. He procurado no poner de mi cosecha, pero no me extrañaría nada que esté equivocado en ese punto en particular y en otros muchos del libro, como es natural. Pero es una batería, o sea, cómo se llevó la Unión Soviética, los primeros… el quinquenio de Lenin, es lo que me interesa. ¿Yo qué creo? Creo que la catástrofe fue que tras la expropiación general, fue un decreto de un día, de repente se evaporó todo efectivo… Desde que se gana la guerra civil, son un par de años o tres hasta que no hay más remedio que dar marcha atrás. Simplemente hay cinco ejércitos luchando al mismo tiempo en Rusia contra el Ejército Rojo. Hay cuatro y el Ejército Rojo y aquello es insostenible y entonces Lenin tiene que dar marcha atrás y eso es la NEP. Pero no no, yo digo que donde se produce la inmensa mortandad es después del decreto del 18, donde se acaba con la propiedad privada, ¡pero muy mal organizao, todo se improvisa! Lo primero es que se intenta autogestionar a las empresas. Las empresas eran un pandemónium alucinante. Y ya no hay manera de asegurarse la llegada de suministros, ni la salida de materia terminada, de manufactura. Entonces se crea una situación de desorganización tan colosal que en un país tan severo climáticamente como Rusia eso es lo que yo creo que es la causa por él no estaba dispuesto a gastar ni una bala en matar una persona, ¡Andaba muy mal de pasta! O sea, toda la pasta iba para la policía y para el ejército. Toda. El 100% de la pasta [¡qué exagerado!]. De modo que no estaban dispuestos a matar a nadie sino que simplemente se morían de desorganización. De tremendo desorganización que creó el decreto de expropiación general sin una medida, luego de orden, que se fuese aplicando empresa a empresa, casa a casa, barrio a barrio, provincia a provincia… ¡O sea, que se creó un pandemónium! Y es un pandemónium es cuando murieron, yo decía, pueden ser entre 20 y 30. ¡Del pandemónium!». Luego, según esta explicación, el hambre y las muertes de hambre se debieron a la mala organización y no al mal absoluto, que –como hemos visto– en otras ocasiones Escohotado asocia con los bolcheviques en particular y con el comunismo en general.
Al responderle a la pregunta de José Luis Pozo Fajarnés (tras hacerle el feo, aunque entre risas y con simpatía, de no responderle en asuntos concernientes al Imperio Español: «Me niego a preguntas sobre el Imperio Español… Ni una palabra más sobre el Imperio Español») dijo clavando su mirada sobre mí: «son los criollos los que han matado a los aztecas, pero haber acabado con los perros de los aztecas es… bueno, igual que acabar con los perros de los bolcheviques o los perros de los nazis. O sea, echar de menos a los aztecas es como echar de menos a Stalin o a Hitler. Así de sencillo. Pero hay gente tan bruta que con tal de odiar pues odian hasta eso. Allá ellos». Tampoco echamos de menos al perro de Churchill, dicho sea de paso.
Al salir del edificio donde se daban las conferencias me fui directamente a Escohotado a darle la mano en señal de que había sido una disputa y como los buenos deportistas había que darse la mano al final, y Don Antonio aceptó deportivamente. Y, medio en broma medio en serio, le dije: «Yo también soy amigo del comercio, pero más amigo de la droga». Y Don Antonio soltó una amistosa carcajada.
9. Mi conferencia junto a Miguel Ángel Navarro Crego y las importantes aportaciones de varios materialistas filosóficos en los cursos de verano de Santo Domingo de la Calzada
El jueves 20 de julio de 2017 tuve el honor de compartir cartel junto a Don Miguel Ángel Navarro Crego en la segunda hora de la sesión matutina de los cursos de verano de Santo Domingo de la Calzada, tres días después de la conferencia de Don Antonio. Allí, en palabras de Navarro Crego, ofrecimos a viva voz nuestros «marcos de discrepancias» con la obra del señor Escohotado.{15}
Como dijo Don Miguel Ángel, las entrevistas de Jiménez Losantos y Turrión son entrevistas hagiográficas, en las que ambos entrevistadores querían llevar el ascua a su sardina. «El mejor homenaje que se le pueda hacer a un filósofo, y Escohotado lo es, es hacerle una lectura crítica, es decir, comparar cuáles son sus barómetros ontológicos, si los tiene; gnoseológicos, si los tiene; y epistemológicos, si los tiene; ¡que los tiene! Y si parece que no son evidentes pues mostrárselos».
Como apuntó Navarro Crego, refiriéndose al subtítulo de la obra (Una historia moral de la propiedad) Escohotado no expone una teoría de la moral ni de la ética. Asimismo no expone una teoría de teorías del comercio. «Da por entendido que, de manera instintiva, la gente sabe lo que es el comercio». Tampoco se desarrolla una teoría de la propiedad. Aunque Crego reconoce que Escohotado, como es natural, no lo puede escribir todo. Y añade: «Creo que hubiese sido más oportuno presentarlo no como una historia de la propiedad sino como una historia de las ideologías comunistas. Lo cual tendría que haber llevado a plantear cuestiones más importantes, como el concepto de individuo y el concepto de alma [del modo] en que se modulan por un lado en la tradición católica y cómo se modulan en la tradición protestante; porque los comunismos –por ejemplo, el evangélico que hay en Norteamérica en ese gran despertar a principios del siglo XIX– pues tiene muy poco que ver con los comunismos de tradición católica. Entonces, evidentemente, la palabra “comunismo” no es unívoca, como no lo es la palabra comercio. En toda caso entendemos que la obra es muy meritoria». Y más adelante añade: «Yo creo que la obra de Escohotado es muy meritoria, pero tiene elementos parciales, como es un elemento parcial el presuponer que se puede tener una doctrina inocente de la verdad, es decir, la verdad como ἀλήθεια es propia del pensamiento mítico… La filosofía precisamente muestra la insuficiencia de esos desvelamientos que nunca son inocentes; porque uno no piensa igual si piensa como sofista, si piensa como comediógrafo, si piensa como médico o si piensa como el joven Agatón, es decir, como un joven aprendiz de comediógrafo troquelado por los sofistas. Entonces la verdad no es ἀλήθεια, sobre todo en una ciencia como la historia; porque, evidentemente, Escohotado aquí está haciendo historia y sociología. Yo me preguntaba estos días si su volumen dos es más heredero de una teoría estructuralista (tipo II-α2), en el sentido de que, partiendo de la invariante que es el ebionismo (que ya está en tiempos bíblicos), o sea, esa invariante que está constantemente como un agua subterránea que va emergiendo en épocas de crisis (en la alta Edad Media y a finales de la Edad Media e inicios del Renacimiento con Lutero o Hume)… Yo creo que ahí hay elementos estructuralistas en la metodología con la cual él ha construido su obra. Y también hay elementos, digamos, de metodología de I-β1, es decir, lo que llamamos verum est factum. Es más, él aquí [en su conferencia en Santo Domingo] lo confesó: “Yo lo que he hecho es recopilar datos”. Pero claro, la verdad no es descripcionismo. O dicho de otra manera: podemos aceptar el descripcionismo como una metodología, pero sabemos que no es la única metodología en ciencias humanas. Frente al descripcionismo, que opera con la estructura de un modus ponens (los hechos generan por sí mismos las teorías, si tenemos los hechos tenemos la teoría); que es un poquitín lo que parece al terreno que se lo lleva en las entrevistas que yo vi el señor Jiménez Losantos. Bueno, pues ha hecho aquí una crítica al comunismo y el comunismo por sí mismo es malo, ya lo sabemos desde los tiempos bíblicos. El comunismo es, digamos, el pensamiento de los débiles».
«La filosofía –añadía Don Miguel Ángel– no es una mera adición de datos, no es crear banco de datos, que es la única virtualidad que él le reconocía a Gustavo Bueno. No no, para hacer una obra como ésta tienes que aplicar una metodología». Efectivamente, a las 22:15 horas del 17 de julio, el mismo día de su conferencia, escribía Don Antonio en su cuenta de Twitter: «Gustavo Bueno es crecientemente admirado porque dedicó su vida al estudio, recolectando bancos de datos ecuánimes de fuentes primarias»{16}. Pero Gustavo Bueno no fue un mero erudito, sino un filósofo materialista que a lo largo de su carrera fue construyendo un sistema, y en tal sistema ni que decir tiene que la erudición es condición necesaria pero no suficiente. Don Antonio conoce de sobra la máxima de Heráclito sobre la erudición.
Navarro Crego añade que la obra de Escohotado está vertebrada por la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo, pero «preñada de psicologismo», cosa que «en los debates televisivos vende mucho; pero claro, eso sería reducir la filosofía a telebasura; es decir, que yo creo que una figura como Marx se merece una crítica severa, como la que ha hecho Gustavo Bueno, como ya la hizo en los años 70 cuando hacía el proceso de Ümstilpung de inversión del pensamiento marxista sin caer en este tipo de psicologismos».
Tras las exposiciones de Navarro Crego y un servidor, se llevaron a cabo una serie de intervenciones que, por su importancia y agudeza, me parecen muy pertinentes incluir aquí.
Nuestro camarada mejicano Axel Juárez añadía que el pensamiento político-económico del señor Escohotado entiende que el comercio va ligado a una especie de no intervención del Estado, y por ello se trata de una especie de ideología de capitalismo puro, pero esto es imposible, pues no hay economía en la que el Estado no intervenga. Escohotado, como apunta Juárez, afirma que «los países socialistas siempre son enemigos del comercio, pero eso es un despropósito, porque el interior del Estado mismo desde luego que hay comercio, como en el exterior entre Estados distintos; porque si no, no hay Estado no hay sociedad que pudiese ser [existir] así, es decir, cae en un pseudo ideológico terrible. Hay que recordarle el COMECON, por ejemplo, o el mercado socialista. ¿Esto no es comercio? ¿Entonces qué es?».
Escohotado, continúa Juárez, «se mueve, aunque él diga que no (puede decir lo que él desee), en esa ideología liberal: totalmente metafísica, confusa, errónea, falsa y absurda. Es una falsedad. El liberalismo miente. ¿En qué sentido? En el sentido de que el Estado no interviene. Hombre, eso es falso, o sea que ya no es una discusión política en cuanto un hecho teórico fundamental. Este hombre se mueve en la ideología falsaria de ese liberalismo».
Después tomaría la palabra Carlos Madrid, el cual señaló que la clave del error de su metodología está «en pensar que puede hacer una obra como esa sin tener unas premisas filosóficas. Otra cosa es que tú no sepas cuáles son, y eso es peor. Nosotros, por lo menos, las ponemos por delante, y la verdad consistirá en cuál es más potente: si nosotros somos capaces de recubrirle a él o él a nosotros».
Sobre el descripcionismo que, con acierto, le atribuye Navarro Crego, añade Madrid: «Él piensa que si va a un banco de datos ecuánimes llega a las mismas tesis. Él dice siempre que no tenía tesis en el libro, que él simplemente ha hecho el estudio en encontrar los datos e irlos desarrollando, lo que le ha llevado a esa obra. Bueno, eso es una posición que a día de hoy en gnoseología o en filosofía de la ciencia nadie sostiene, es decir, todo el mundo tiene teorías y son las teorías las que nos permiten enmarcar los hechos y proseguir los análisis. Lo que a lo mejor él tiene que investigar es cuáles son las teorías que están detrás. O, a lo mejor, lo que no tiene es una teoría del comercio, una teoría de la propiedad, y lo que hace es hablar un poco de prestado mezclando de una forma ecléctica teorías de unos y otros, y esto casa muy bien con su concepción de la verdad como ἀλήθεια, descubrimiento; pero esa concepción de que si uno estudia con los hechos llega a esto queda totalmente desbordada cuando, por ejemplo, en la historia del comunismo hay miles de libros y hay posiciones totalmente enfrentadas. Entonces, ¿cuáles son los hechos reales? Pues es que no hay hechos verdaderos, esa es la clave».
Escohotado –continúa Madrid– en el plano emic asume una perspectiva moral, pero «en el plano etic asume una perspectiva ética, una perspectiva que sobre todo él liga a la idea de libertad, y el problema es que con esa perspectiva es muy difícil reconstruir la historia prácticamente de la humanidad, como hace en los tomos. ¿Por qué? Porque el concepto central de esa historia está ligada a la política, entonces el centro ya no es la libertad sino la eutaxia de los Estados y de los Imperios. Entonces, claro, la perspectiva de análisis cambia radicalmente».
Y continúa Don Carlos: «El comunismo político lo entronca enseguida con el comunismo religioso. Claro, esto lo puede hacer con la perspectiva ética o moral que ha tomado. Si tomase una perspectiva política, donde el parámetro es el Estado, ya no puede ligar de manera tan fácil a Stalin, a Lenin, a Marx con Jesús o con el sermón de la montaña. El corte ya sería tremendo. Entonces, claro, él cuando habla del mesianismo de Stalin es porque está usando esas coordenadas del pobrismo, del ebionismo. Entonces es lo que le permite unir. Pero yo creo que aquí la cuestión filosófica no está en unir sino en separar y clasificar. Insisto: la escala tiene que ser la del Estado, no otra, no la del individuo».
Carlos Madrid añade algo fundamental: y es que «lo que se desprende de los tres libros es una especie de agustinismo. Igual que San Agustín diferenciaba la ciudad terrenal de la ciudad de Dios (Roma/Babilonia), aquí lo que nos encontramos es: amigos/enemigos del comercio. Continuamente es un maniqueísmo que se va repitiendo a lo largo de los tomos: Atenas frente a Esparta, Grecia frente a Roma, católicos frente a protestantes, la revolución americana frente a la revolución francesa». Y añadí yo: «sociedad comercial frente a sociedad clerical-militar». «Son esos maniqueísmos con los que funciona», concluye Madrid.
Es menester añadir por mi parte que en la distinción general «sociedad comercial/sociedad clerical-militar» está la sustantificación que –como señala Carlos Madrid– es maniquea. Y esto curiosamente recuerda mucho a Marx y a Engels cuando afirman al principio del Manifiesto comunista que la historia es la lucha de clases entre libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos y, en general, entre «opresores y oprimidos», y en esta generalización está la sustantificación que interpretamos como dualismo metafísico y en consecuencia maniqueo. No obstante en su conferencia del lunes Don Antonio quiso desmarcarse del maniqueísmo: «no hay buenos ni malos, sólo hay actividades eficientes y actividades ineficientes». ¿Estaba insinuando Don Antonio que el capitalismo es un sistema en que todas las actividades son eficientes y el comunismo un sistema en el que todas las actividades fueron ineficientes y que ello mismo explica su colapso y derrumbe?
Navarro Crego añade al comentario crítico de Carlos Madrid: «Cae en el eticismo y opera con una Idea de libertad que no define. Y si eres hegeliano tienes que entender que la libertad no está en los individuos [que es lo que piensan los liberales más fundamentalistas], está en las estructuras, está en el mundo de M3, está en la dialéctica de Estados, no está en los individuos. Los individuos, por decirlo en modo espinosiano, están en la negatividad como privación». Navarro llegará a decir que Don Antonio «es hegeliano para lo que le conviene y nietzscheano para lo que le conviene».
Después tomó el micrófono José Luis Pozo Fajarnés que nos recuerda que, para Escohotado, Europa es lo mejor que ha pasado y que pasa, y por tanto «está tomando partido en la lucha de religiones por la forma de ver protestante, que es muy diferente a la nuestra, y que ahí hay un imperialismo religioso que además tiene matices porque no es ya la lucha de la forma de ver el mundo los protestantes y los católicos, sino que tienen socios como pueden ser los laicismos que en absoluto están en frente de los protestantes. Los laicismos son fuertes en España, sobre todo en España, pero en los países católicos. Y esa lucha de religiones está también en América, que está absolutamente marcada, porque en los últimos 20 o 30 años, como todos sabéis, la mitad de la población hispanoamericana ha dejado de ser católica y ha pasado a ser protestante en una estrategia perfectamente estudiada y que hay un par de libros publicados por la Fundación [Gustavo Bueno] de David Stoll que analizan perfectamente esta estrategia del instituto lingüista, pues para traducir la Biblia a las lenguas hispanoamericanas [indígenas] y hacerlos protestantes a todos, financiados a partir de los años 70 por Ronald Reagan. A lo que voy, que se nos está olvidando esa postura implícita de Escohotado cuando está diciendo que Europa es el futuro, ¡la Europa protestante!».
Y a esto comenta Navarro Crego: «Mucho antes de que William Paine, mucho antes de que los alemanes llegaran a desarrollar su sistema de las carretas, que fueron las que después llegaron a Oregón a partir de 1840, España, 150 años antes, ya había desarrollado un sistema comercial que iba desde la Florida hasta California, más de 4.000 millas. Con esto creo que queda dicho todo. ¿Por qué no lo cita?». Y le respondí yo: «Porque omite lo que no le interesa». Y concluye Navarro: «Pues está claro, hay que decírselo». Y dicho queda.
10. Respuesta a la respuesta de Escohotado en Libertad Digital
El 10 de noviembre de 2017 Escohotado nos respondió en Libertad Digital{17}, en forma de carta abierta a Gustavo Bueno Sánchez (del que hay que decir que, junto a Pedro Santana, fue el culpable de que Navarro Crego y yo subiésemos al escenario).
Escohotado afirma que en nuestra exposición echa de menos una observación de los resultados de su pesquisa y, según dice, de las «dos docenas» de personas allí presentes ni una sola hizo una observación al respecto. Lo cual me parece otra exageración de Don Antonio, pero el lector ya podrá estar acostumbrado.
Navarro Crego no dice que Escohotado carezca de una ontología o una metodología, que es lo que éste entiende que dice aquél. Lo que dice Don Miguel Ángel es que en Los enemigos del comercio no hay una ontología, una teoría o una filosofía del comercio; al menos explícitamente esto no está presente en la trilogía, aunque Don Antonio haya escrito en otros lugares estudios sobre ontología y metodología; pero para la ocasión esa ontología no ha sido traída a Los enemigos del comercio; si acaso muy tímidamente en el ejercicio, pero no ha sido propiamente representado con la nitidez que pedimos. A nuestro juicio, una teoría del comercio tiene que ir más allá de la mera acumulación de datos. Una teoría del comercio tendría que exponer la esencia genérica del comercio, esto es, su núcleo, su curso y su cuerpo. Aunque es cierto que Don Antonio esboza –aunque en el ejercicio– el núcleo, el curso y el cuerpo de los enemigos del comercio, pero no propiamente del comercio, realidad que da por supuesta y entendida por todos sus lectores, pero la cuestión no está tan clara.
Don Antonio dice que yo digo que él hace mal en consultar la Wikipedia en inglés y no en español. No digo eso exactamente. Lo que yo digo es que en vez de consultar el artículo «Demographics of Russia», que no tiene nada que ver con el asunto (pues las estadísticas empiezan a contarse a partir de 1927), consulte también el artículo «Demografía de Rusia» en español, que sí tiene que ver con el asunto, aunque no de forma exhaustiva y con cifras que no son muy fiables, como hemos argumentado arriba. Don Antonio tiene que consultar la Wikipedia en inglés, eso está bien; pero también estaría bien que lo hiciese en español. Un usuario de Youtube, correspondiente al nombre de Aa Aa, comenta en el vídeo de Navarro Crego y un servidor en Santo Domingo de la Calzada: «Así que ahora a buscar en la wiki unos datos y contrastarlos con otros datos que otra persona busco en la wiki se le llama hacer filosofía. Madre mía, pobre Gustavo Bueno». La cuestión está en contrastar datos, vengan de donde vengan; lo contrario sería dogmatismo (evitando, eso sí, recaer en el mero descripcionismo). Creo que por esto Don Gustavo no se revolvería en su tumba. Pero dejemos a los trolls de Youtube con sus ofensas gratuitas y sus comentarios de brocha gorda.
Escohotado afirma que «nueve décimas partes» de mi tiempo lo dedico a su exageración de los muertos en los comienzos de la Rusia soviética. Desde luego que ese es el tema principal de mi crítica, luego es normal que le dedique más tiempo que a otros temas (aunque sin duda merece más tiempo que esos escasos minutos, y en el presente escrito lo ha ampliado considerablemente). Pero, ¿nueve décimas partes? ¡Otra exageración de Don Antonio! A lo sumo dedico a la cuestión un tercio de mi tiempo. Aunque Don Antonio reconoce honestamente que sus exageraciones son una «cosa bien posible».
Me reprocha que no dijese nada sobre los discursos de Lenin dedicados a la situación económica, ni dijese nada sobre las relaciones de Stalin con el equipo planificador y la Oficina Censal. Pero es que todo no se puede decir, no hay tiempo para criticar todos los asuntos que se despachan en cerca de 2.000 páginas. Ni siquiera en el presente texto, con mayor detenimiento, hemos criticado todo, sino sólo algunas consideraciones que hemos estimado oportunas. Tampoco Don Antonio puede decirlo todo en 2.000 páginas, y como es natural mucho se le quedó en el tintero.
Dice el señor Escohotado que «allí donde imperan los enemigos del comercio lo traficado son personas en vez de cosas». Don Antonio sabe muy bien que los «amigos del comercio» además de traficar con cosas también lo hicieron con personas. Según recoge Matthew White en El libro negro de la humanidad, la cifra de seres humanos traficados por los esclavistas europeos (franceses, británicos, holandeses, portugueses, españoles y también por estadounidenses) fue de 16 millones de africanos, entre 1452 y 1807. Las principales colonias receptoras fueron Brasil, Carolina, Cuba, Georgia, Jamaica, Maryland, Santo Domingo y Virginia. Aparte de los esclavistas europeos, la responsabilidad del funcionamiento de semejante tráfico la tuvieron los intermediarios africanos y los propietarios de plantaciones americanos. (Véase White, 2012: 234).
La distinción emic/etic no es, desde luego, una distinción maniquea. Gustavo Bueno dedicó todo un libro a criticar la distinción que acuñó el lingüista y antropólogo estadounidense Kenneth Lee Pike. El maniqueísmo no tiene nada que ver con el asunto, como el señor Escohotado bien sabe. Tampoco es maniquea la distinción Imperio generador/Imperio depredador (Escohotado escribe «imperios generadores y expoliadores»). La distinción Imperio generador/Imperio depredador está basada en un fundamento in re, y consiste en clasificar dos tendencias normativas dialécticas y por ello mismo no maniqueas, al tratarse de una distinción que hace referencia al escenario de la política real de la dialéctica de clases y la dialéctica de Estados, en donde se relacionan diferentes sociedades políticas en constante polémica y alianzas a través del poder militar, el poder federativo y el poder diplomático de las capas del poder. No se trata, pues, de una distinción axiológica o moral y ni mucho menos maniquea, ya que todos los Imperios se forjan con la espada, o con los fusiles, o con bombas, y hasta con bombas atómicas.
A Don Antonio le preocupa lo que está pasando con la obra de Gustavo Bueno, obra que apenas es mencionada en las cerca de 2.000 páginas de Los amigos del comercio. Afirma que nuestra charla en Santo Domingo de la Calzada fue sólo un «rebrote de dogmatismo», aunque reconozca que sus exageraciones con los muertos del lustro leninista o de los años de la guerra civil rusa es «cosa bien posible». Pero hay que advertirle a Don Antonio que nuestra actitud estuvo a mil millas de ser dogmática (porque tuvimos en cuenta los argumentos del adversario, y para criticarlos e incluso triturarlos no nos hizo falta hacer de éste un hombre de paja) y del comportamiento de «una secta nacionalcatólica». Don Antonio sabe perfectamente que estamos a mil millas de semejante pose. ¿Cómo es que somos dogmáticos y sectarios? ¿Acaso ofrecer públicamente nuestros marcos de discrepancias frente a un determinado autor es propio de una actitud dogmática y sectaria? Más bien todo lo contrario.
11. Conclusiones
Para nuestro filósofo la URSS sólo fue un «híbrido de miseria y genocidio». Pero 74 años de política de altos vuelos tienen que tener algo más que muerte y pobreza. Y que conste que nosotros no justificamos a la Unión Soviética, pero tampoco la condenamos (no somos jueces, ni fiscales, ni abogados defensores, y ni mucho menos estamos por la labor de juzgar a los muertos o a lo que ya no existe ni actúa políticamente). Más bien procuramos entenderla, y con eso ya tenemos bastante. Lo demás lo dejamos para «jueces estrellas» (o tal vez «estrellados») que tienen complejo de Jesucristo o para historiadores motivados o imbuidos de metodología negrolegendaria.
En su segundo vídeo crítico contra Los enemigos del comercio{18} Jesús Maestro le objeta a Don Antonio que «España es la gran ausente de tu obra», y nosotros le criticamos que la leyenda negra contra España sí está presente y la leyenda negra contra el comunismo es omnipresente. «En esta obra –continúa Maestro– se te escapa todo lo español. Esta obra parece escrita por un inglés… Parece escrita por alguien al que el Imperio Británico le ha encargado a escribir algo donde se ignore simplemente a España». Una obra –continuamos nosotros– que parece escrita por alguien del Imperio Británico (también vale Estados Unidos) en la que Don Antonio niega cualquier mérito del comunismo, por pequeño que sea. «Este libro se ha escrito contra España», sentencia Maestro. Este libro se ha escrito contra la URSS, sentenciamos nosotros. «Has escrito un libro negrolegendario contra España», sostiene Maestro. Don Antonio ha escrito un libro negrolegendario contra el comunismo y la Unión Soviética, sostenemos nosotros. «Parece que España te chirría». Y la URSS no digamos, que le produce urticaria. Escohotado podría decir con Erasmo: Non placet Hispania. Y también: Non placet Unión Soviética. Navarro Crego también le dijo que «está jugando a fomentar la leyenda negra». Nosotros contribuimos a combatirla por su falsedad y peligrosidad, y sin dogmatismo ni sectarismo. Aunque, ni que decir tiene, que, para nuestro presente, es mucho más peligroso el fomento de la leyenda negra contra España que el fomento de la leyenda negra contra la URSS, desaparecida hace ya más de un cuarto de siglo.
De hecho, en la Filosofía de la historia universal de Hegel, que –como dijimos al principio– es una de las obras de referencia de Don Antonio, se ningunea el papel de España y del Imperio Español en la Historia Universal; porque los españoles –sostiene Hegel– se alienaron en América y no tomaron la antorcha de la universalidad en la que el Espíritu va conquistando el saber absoluto a lo largo de la historia: cuyo final apoteósico situaba el catedrático de Berlín en el mundo germánico. En su olvido del ser de España la trilogía de Escohotado se parece mucho a la filosofía de la historia hegeliana.
Maestro también le hace observar a Don Antonio que es un «mistificador de Europa» (como Hegel lo era del mundo germánico), en armonía con lo que Gustavo Bueno denominó Europa sublime, una Idea de Europa que en España arraigó de modo muy significativo, sobre todo para la generación de Don Antonio, a partir de los ensayos de José Ortega y Gasset. Por nuestra parte le hacemos observar al señor Escohotado que es un mistificador del comunismo en el sentido de que mitifica la historia del comunismo con los tenebrosos instrumentos de la metodología negrolegendaria.
Maestro acusa a Escohotado de que su obra, en muchos aspectos, está escrita «más por interés que por convicción». Esperemos que así sea porque –como afirma Maestro– «esta obra está por debajo de tu inteligencia». Aunque Escohotado asegura que se trata de la obra de su vida, y sería muy paradójico que la obra de la vida de quien sea esté por debajo de la inteligencia de ese quien sea. Pero Don Antonio todavía tiene cuerda para rato y como es sabio a buen seguro sabrá rectificar, como nosotros sabremos rectificar nuestros errores.
Cortegana (España), a 16 de enero de 2018.
Bibliografía
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White, M., El libro negro de la humanidad, Traducción de Silvia Furió Castellví y Rosa María Salleras Puig, Crítica, Barcelona 2012.
Notas
{1} http://www.elconfidencial.com/.
{2} https://www.youtube.com/watch?v=vgiMpsB-ufY.
{3} https://tacitus.nu/historical-atlas/population/russia.htm.
{4} https://es.wikipedia.org/wiki/Demograf%C3%ADa_de_Rusia#URSS.
{5} https://en.wikipedia.org/wiki/Demographics_of_Russia
{6} https://www.marxists.org/espanol/stalin/1930s/1934-wells.htm.
{7} https://www.youtube.com/watch?v=ZFDZMXX3DOg.
{8} Para una breve exposición de los problemas que acarreaba este período véase mi artículo «La revolución de octubre en el Segundo período de desórdenes», en posmodernia.com
{9} Discurso de Hitler en el Reichstag el 28-4-1939, http://www.exordio.com
{10} https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Artistas_musicales_con_mayores_ventas.
{11} http://elpais.com/diario/1977/10/15/ultima/245718002_850215.html.
{13} Véase la primera parte en https://www.youtube.com/watch?v=JPTkLFx8pvw, la segunda parte en https://www.youtube.com/watch?v=4Wn_isL1X7c y la tercera parte en https://www.youtube.com/watch?v=RXzQuW58Fc8.
{14} https://youtu.be/Wo-NIfrZd98
{15} https://www.youtube.com/watch?v=yvp7wHYG2-c.
{16} https://twitter.com/aescohotado/status/886997917936082945?lang=es.
{17} http://www.libertaddigital.com
{18} https://www.youtube.com/watch?v=FDjOkdAaFuA.
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